Cuando la música habla en Compostela

Publicado: 29 jul 2025 - 03:50

Opinión en La Región | La Región
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En el corazón de Santiago, donde cada piedra parece contar una historia y cada plaza respira espiritualidad, la música ha encontrado desde hace décadas un refugio y una cuna. Hablar de Música en Compostela no es solo referirse a un curso, sino a una declaración de principios culturales: arte, tradición y renovación en perfecto equilibrio.

Desde su fundación en 1958 por el guitarrista Andrés Segovia y el intelectual José Miguel Ruiz Morales, Música en Compostela ha representado una de las iniciativas más influyentes en la proyección internacional de la música española. No solo por la calidad de sus intérpretes y docentes de renombre mundial, sino por su objetivo fundacional: difundir el alma musical de España.

“La música comienza donde termina el lenguaje”, decía Claude Debussy. Y en esta ciudad donde confluye lo espiritual, lo artístico y lo universal, la música tiene un lugar privilegiado y gracias a esta actividad se ha consolidado como un espacio donde músicos de todo el mundo, de Japón a México, de Alemania a Argentina, conviven, aprenden y se enriquecen unos a otros. Todos encuentran aquí un escenario natural para ese idioma que no necesita ser traducido.

Este curso internacional, que cada verano convierte a Santiago en un hervidero de talento joven, cumple una función crucial que a menudo pasa desapercibida: formar y conectar a nuevas generaciones de músicos con la tradición viva de nuestra cultura.

Este curso internacional, que cada verano convierte a Santiago en un hervidero de talento joven, cumple una función crucial que a menudo pasa desapercibida: formar y conectar a nuevas generaciones de músicos con la tradición viva de nuestra cultura. Aquí, en aulas que huelen a historia y en auditorios que vibran con cada nota, se cruzan trayectorias de estudiantes de todo el mundo con los grandes maestros del repertorio español, del Renacimiento a la vanguardia.

La importancia de Música en Compostela no se mide únicamente por la excelencia de su enseñanza, sino por su capacidad para crear comunidad. Los conciertos abiertos al público permiten a los santiagueses y a los miles de visitantes que llenan la ciudad en estas fechas, asistir a un ritual casi litúrgico donde la guitarra, el canto o el piano suenan en iglesias, claustros o auditorios. Es un lujo que pocas ciudades del mundo pueden permitirse: pasear por el casco histórico y, al atardecer, dejarse sorprender por un recital de guitarra, un cuarteto de cuerda, una voz lírica, o un joven guitarrista japonés interpretando a Albéniz.

Música en Compostela no solo enriquece la oferta cultural estival, sino que refuerza la imagen de esta ciudad universal como enclave de encuentro, reflexión y belleza. En tiempos donde lo efímero parece dominarlo todo, actividades como esta nos recuerdan que la cultura no es un adorno, sino un pilar que sostiene el alma de las ciudades.

Y si la música es, como decía Nietzsche, una forma de no morir de la verdad, en Santiago suena con más fuerza que nunca. Porque aquí, la música no solo se escucha: se respira y sirve para unir países y sensibilidades, conectar tradiciones y estéticas, y ofrecer un lugar donde la identidad individual se funde en una experiencia colectiva profundamente humana. En sus aulas, la guitarra de Tárrega dialoga con la voz de Falla, y los oídos atentos de estudiantes extranjeros descubren una riqueza cultural que luego llevarán consigo por todo el planeta.

Si algo demuestra esta actividad universal año tras año, es aquello que decía el maestro Segovia, “la música no entiende de pasaportes”. En Santiago esto sigue siendo cierto.

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