No me olvides

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Te hablo cada día. No una, si no mil veces. Te hablo y te siento. Te cuento, te pregunto y escucho las respuestas. Las conozco bien porque tus palabras se han quedado a vivir conmigo y me acompañan siempre. Nunca has dejado de ser el faro que nos guía en este discurrir cotidiano, aunque ya no estés. Pensé, el día que el mundo se abrió a nuestros pies y nos despeñó en caída libre, que las lágrimas, con el tiempo, se irían diluyendo formando una capa protectora sobre el dolor. No fue así. Aunque son más pausadas, resbalan con menos prisas y rabia, aún florecen. Ahora sé que no se secarán, pero hacen menos daño.

Dice el escritor Agustín Fernández Maíllo que “el duelo se asume pero nunca se acaba”. Y así es. Una vez te han lanzado a él, ya no puedes salir. No hay manera. No importa el tiempo pasado desde el último beso o la última caricia. La ausencia se hace muy presente en el más pequeño de los detalles. Un olor, un sabor o una palabra te devuelven el vacío y el silencio, gigantes monstruos, dueños de pesadillas. Te hablo y pongo el cuerpo en alerta porque hay días en los que tu voz se pierde y no logro retenerla en su plenitud. La memoria se muestra implacable.

Dice el escritor Agustín Fernández Maíllo que “el duelo se asume pero nunca se acaba”.

Recurro a sentir tus manos, a dibujarlas milímetro a milímetro en mi cabeza para que sigan ahí y poder agarrarme fuertemente a ellas, manteniéndome a flote en el naufragio que a veces presiento. Como cuando era niña, como hasta el momento en que la orfandad llegó. Demasiado pronto. Quedan muchos caminos por recorrer sin tu mirada. Penas y alegrías que ya no podremos compartir contigo. Consuelos y complicidades perdidos en el aire. A veces la tristeza se impone, nos frena en seco. Pero ese no es lugar para quedarse. No es ahí donde nos quieres ver.

Por eso seguimos buscando los colores del arco iris en los días de lluvia. “No me olvides” decía el eslogan de una cadena de ropa en el primer día del padre sin ti. Hace ya demasiados. Tres palabras en un escaparate que hicieron lacerar la herida. Pensé entonces en los niños y niñas que asistían, en una clase bulliciosa y alegre, al momento en el que los demás elaboraban manualidades para regalar a sus padres, viviendo el desconsuelo de no tener al suyo. Y se me rompió el corazón.

“No me olvides” decía el eslogan de una cadena de ropa en el primer día del padre sin ti.

Pero el mundo, aunque nos resulte desgarrador descubrirlo, no se para por nuestras irreparables pérdidas. Así que este miércoles, feliz día a todos los padres. Felicidades a todos los hijos e hijas que aún tienen la inmensa suerte de poder abrazarlos. Para los que sólo nos quedan recuerdos, dejémoslos libres para revivirlos. Sintámonos afortunados por tanto que tuvimos.

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