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Fue una gozada ver “El rey que fue” y ver en todo su esplendor a Ramón Fontseré en su papel de un Juan Carlos, ya anciano, exiliado de su querida patria. Mira tú, después de 10 años se han vuelto a reunir los dos corsarios, Boadella como director y Ramón Fontseré como protagonista. En el escenario estaban actores de largo recorrido. La obra es una imagen del emérito.
Todo fue pícaro, divertido e, incluso, esperpéntico. Boadella saca los fantasmas del emérito, hay momentos inquietantes, como cuando los traumas y las heridas del rey bailan la danza frenética casi punk, imágenes sorprendentes y exorcizantes. ¡Ay!, no es aquella obra que nos estremeció, “Ubu president”. El espectáculo turbó a toda Cataluña con su humor corrosivo.
Crecimos con Els Joglars, fuimos progres de barba y trenka con ellos. Gritamos por la libertad de expresión, vivimos con ellos la jodida Transición. Antes Serrat no descubrió a Machado. Ay!, aquellos fulanos de Cristo Rey que entraban con los bates de béisbol y trataban de impedir que se representase el espectáculo.
Cierto que Els Joglars han sido un antídoto contra el muermo colectivo desde aquel lejano 1962. Entonces, optaban por el mimo y la austeridad, y por la ausencia de la palabra. La dramaturgia de la obra es original y austera, optan por la comedia. Boadella abandona la sátira y retorna a la comedia que pone el dedo en la llaga. Un repaso humano y sin concesiones de su majestad.
Crecimos con Els Joglars, fuimos progres de barba y trenka con ellos. Gritamos por la libertad de expresión, vivimos con ellos la jodida Transición. Antes Serrat no descubrió a Machado. Ay!, aquellos fulanos de Cristo Rey que entraban con los bates de béisbol y trataban de impedir que se representase el espectáculo.
(La obra se excede en clichés, pero se lo perdonamos todo. El inolvidable Haro Tecglen seguro que le daba un aprobado, pero seguro que también un tirón de orejas por su blandenguería)
Se me acercan algunos lectores, todos para preguntarme si la aventura y recuperación del teléfono fue auténtica. Me refiero al artículo publicado el 6 de abril “En deuda con el diablo”.
Quizá recuerde el hermano lector que una chica del lado duro arrampló con mi teléfono en un descuido. Pues sí, querido lector, la historia es verídica, ya dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno. De inmediato conecté con un pedigüeño para el que soy como una ONG para que me informase. El fulano me contactó con un “kie” de la zona. El resto ya es conocido. Algún lector me pidió datos, también le había desaparecido el móvil. Le di alguna información y le dije que espabilase. Los teléfonos parten enseguida para Marruecos.
Estos días, después de las redadas, el barrio está espectral. De pronto, una legión de adictos caminaban erráticos por las calles de la ciudad. El palo policial fue espectacular. Me dice José: “ha sido terrible, no había dónde pillar. Los camellos cerraron los kioscos y desaparecieron, no había chinos ni cracks, ni nada. Caminaban desnortados como lágrimas rodantes”. Me insiste José: “allí en los pisos estábamos tranquilos, no había violencia y con poco dinero te arreglabas”.
Un veterano me dice: “parecía el comienzo de la década de los 80, cuando no había llegado la metadona y se pasaban unos monos tremendos”. Cierto, no quedó una farmacia sin saquear. En la trastienda había todavía mucha morfina de la época de la posguerra.
No olvidemos que esta ciudad siempre fue propensa al vicio. Tuvimos el mejor barrio chino de España. Una generación de jóvenes falleció con la llegada del sida. En las madrugadas se jugaba tanto dinero que parecía el casino de La Toja y ahora, maldita sea, asoma el diablo con el fentanilo, una droga cien veces más fuere que la heroína. Te engancha ya. En los Estados Unidos es una plaga. ¡Ay!, ojalá los fulanos que están detrás de las mesas de caoba y mueven esta mortífera droga, no tengan señalado en el mapa esta ciudad.
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