Editorial
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Plaza de Abastos: paradigmático disparate de Jácome
COSAS QUE CONVIENEN
1 Hacer muy bien la cama. Estirar bien las sábanas, que deben ser de lino, algodón o franela y ejecutar el embozo con mimo. La manta, siempre de pesada lana virgen, para que nos arrope como la mano de dios y una colcha que caiga sin tocar el suelo.
2 Moler el café. Si es el de primera calidad, en el viejo Elma de madera, que tiene muelas de hierro y tritura el grano sin masacrarlo. El café bastardo, en el molinillo eléctrico, que siega su cuerpo, quiebra sus aromas y empeora sus aceites.
3 Colgar el trapo en su sitio. En la barrita de hierro de la cocina de leña, para que se seque desde bien adentro hasta la última fibra y para que el calor del fuego lo desinfecte de todo microbio maligno.
4 Saludar al árbol. Es él quien nos elige y nunca nosotros. Saludémoslo con la mano levantada y palabras buenas para él, su familia de alevines y al resto del bosque micelar.
5 Escuchar al río. Frenar la bici antes del viejo puente de lanchas de piedra hasta casi detenerse. Sentir el gluglú musical de la corriente o el zumbido de mosquitos en época seca. Pedirle perdón por todas las atrocidades de los hombres que lo asesinarán aguas abajo.
6 Pasear sin luz. Caminar hasta la ermita cuando es noche, siempre sin linternas, confiando en nuestros ojos humanos y el resto de sentidos que se activan para “ver”. Sentir la protección de los gatos en la espesura. Regalarse ulular de búhos y la luz vieja de estrellas viejas.
7 Tapar la sal. Cuando ella prepara la tostada y deja el caperucho de cerámica en algún lugar aleatorio. Es prudente hacerlo en silencio, sin corregirla, restaurando la paz de la cocina.
8 Recoger la basura. El paquete de Winston rojo que tiró el cazador en el bosque o la botella de cola de los operarios del ayuntamiento en sus desbroces. Para eso llevo un saco en el coche o cuelgo el desperdicio de los pulpos de la bicicleta. No lo hago por nadie. Lo hago por mí.
9 Alimentar la estufa. Hay un sentido automático que se activa cuando el fuego, el de vigilar la llama y la transferencia de calor. Es bueno entregarse a él y reponer los leños cuando tocan. No eres tú el que lo pide. Son los difuntos que están contigo a la orilla de la estufa.
10 Encender el incienso. Invitar cada día a lo trascendente y que el gesto de este mundo abra las puertas del trasmundo. Tapar el incensario despacio y esperar que el humo se coagule al contacto con el aire. Es el momento de los espíritus. Bendito llamado.
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