La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
La maleta en la puerta para asegurarnos viajar. Ropa interior roja para que no falte el amor. Doce uvas a golpe de campanada para la buena suerte. Listas de deseos que este año sí o sí juramos cumplir. Brindis llenos de buenas intenciones. Y así, entre tradiciones y rituales, despediremos mañana el año viejo y daremos la bienvenida al nuevo. Deseamos con fuerza que ese nuevo comienzo pudiera ser de verdad un estreno. Una libreta blanca, vacía, en la que solo nosotros pudiésemos escribir la historia, con el poder añadido de borrar los fragmentos que no queremos sean contados.
Por unos minutos nos permitimos soñar que este año sabremos cómo mantener firmes las manos sobre el volante de nuestra vida, sin tolerar que nada nos deje en la cuneta. Repasaremos mentalmente lo que fue y lo que no. Aceptaremos aciertos y errores, aunque no todos.
Nos miraremos con cierta indulgencia, es una noche especial. Repetiremos que el año que llega será diferente, porque nosotros lo seremos.
Todo será mucho mejor, porque así lo vamos a decidir. Y dejamos que nos invada esa sensación complaciente. Nos concedemos envolvernos en la mentira que, apenas unas horas después de la última campanada, ya se hará evidente. Porque nada cambia el 31 de diciembre si no cambiamos nosotros. Y eso es más complejo que comer doce uvas o hacer una promesa al tintineo de unas copas.
La lista de deseos seguro que se asemeja mucho a la de años anteriores, a pesar de sumas y restas inevitables. Puede que resulte hasta un tanto excesiva. Pero si la sometiéramos a un escrutinio riguroso comprenderíamos que sería posible resumirla en pocos puntos. Bastaría tal vez con pedir más empatía para eliminar daños físicos y emocionales. Sentido común para rebajar las consecuencias imprevisibles de las mentiras nacidas para enfrentar. Valentía para denunciar y señalar a criminales, tengan el poder que tengan. Solidaridad y apoyo a quien lo necesite. Capacidad de pensamiento crítico y también sentido del humor. Hay que reírse, hay que intentar cambiar el color que últimamente nos imponen y que resulta demasiado oscuro. Hay que abrir cortinas y dejar que entre el aire y se lleve la telas de araña y el polvo de pasados rancios y autoritarios.
Para cambiar de verdad hay que reivindicar la memoria. Desde la más íntima hasta la más universal. Evitar los olvidos que dejan impunes a los verdugos y desamparadas a las víctimas. A todas y de todo tipo. Recordar para avanzar y no retroceder.
A veces, está más en nuestras manos de lo que creemos, hacer que el año que llega sea algo mejor. Solo hay que querer verlo. Pero si no lo conseguimos, intentemos que al menos no sea peor.
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