Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Pese a las apuestas sobre quién será el próximo pontífice, lo importante no es tanto el quién, sino si será capaz de cargar sobre sus hombros la sucesión de San Pedro. Una institución universal con dos milenios y más de 1.400 millones de fieles, no es fácil de dirigir. Algunos se mueven en las categorías de siempre: que si tiene que ser progresista o conservador; que si de un color o de otro; que si italiano o del resto del mundo; que si intelectual o pastor...
Estoy seguro de que los cardenales electores, que viven y se toman en serio su fe, elegirán a un nuevo papa sin criterios humanos y sólo con los ojos de la fe. No hay que buscar a quien agrade al mundo, sino el que Dios ya ha elegido y espera que seamos sabios para verlo.
La Sociedad contemporánea se enfrenta a grandes desafíos: guerras, crisis climática, migraciones, desigualdades, polarización ideológica... Es por ello que el nuevo pontífice no puede ser elegido solo por su perfil teológico o trayectoria clerical. Debe ser un líder con visión global y enorme valentía moral, capaz de guiar a la Iglesia, para hacer llegar a todos el mensaje más importante de la historia universal: Cristo ha muerto por ti y ha resucitado para ti.
En un mundo polarizado, el nuevo papa debe ser puente en medio de los muros que se alzan entre las ideologías, y trabajar, respetando las diferencias, para lograr la unidad, que no uniformidad.
La Iglesia y el mundo necesitan a alguien que nos llegue al corazón con sus palabras y actos, referente de la moral y la paz en el mundo y que sepa defender la libertad del ser humano
Otro reto es el continuismo. A pesar de que no se ha reconocido lo suficiente, Francisco es continuador de Benedicto XVI, no solo en el sentido sucesorio, sino también en su obra e ideas. Benedicto XVI lo era de Juan Pablo II, y este, de Pablo VI y Juan XXIII. Por ello, el nuevo pontífice debería proseguir con la apertura de la Iglesia que comenzó en el Concilio Vaticano II y continuó con Juan Pablo II hacia el mundo y la juventud, Benedicto XVI hacia el intelecto y la razón, y Francisco hacia las periferias sociales.
Cada nuevo papa cuenta con un legado previo, pero un mundo diferente en el que las respuestas no pueden ser las mismas. Solemos pensar que la Iglesia no cambia y que es inmutable. Craso error, porque está en permanente escucha y en constante adaptación. Haciendo bueno el refrán de: “el Papa y un campesino saben más que el Papa solo”.
Otra de las cualidades que debe tener el papa es ser padre. Un padre de voz sedosa pero con autoridad para mantener la unidad de la Iglesia. Alejado de ideologías políticas, pero firme en la defensa de la justicia y los derechos humanos. Esa neutralidad es la que convierte a la Iglesia en un actor decisivo en la mediación de muchos conflictos existentes.
Con relación a cuestiones internas, no puede haber un retroceso en la tarea iniciada por Benedicto XVI, y continuada por Francisco, de tolerancia cero con los escándalos de pederastia o corrupción. Y habrá que seguir cuidando la comunicación. La evangelización hoy ocurre también en el mundo virtual, en una instalación artística, en una conversación digital, por lo que la homilía no puede ser la única forma de discurso.
La Iglesia y el mundo necesitan a alguien que nos llegue al corazón con sus palabras y actos, referente de la moral y la paz en el mundo y que sepa defender la libertad del ser humano. Rezo para que los cardenales sean dóciles al Espíritu y confío nuestras oraciones a la Virgen María que sabrá escucharnos: ¡Danos un papa Santo!
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