El péndulo cambia de lado

Publicado: 27 oct 2025 - 00:55

Opinión en La Región
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El relato dominante, durante años, sostenía la existencia de un bloque radical siempre igual: jóvenes universitarios, banderas identitarias y consignas contra “el fascismo”, con la convicción de que callar al discrepante era una forma legítima de justicia histórica. Aquellos escraches se dirigían contra profesores, intelectuales o dirigentes políticos. Hoy la escena se repite, pero con una novedad sustancial: el péndulo ideológico ha cambiado de lado y la respuesta ya no es silenciosa.

La reciente visita del comunicador Vito Quiles a varias universidades es un síntoma revelador. Su figura puede gustar o provocar rechazo, pero el hecho es incontestable: no pudo hablar y su presencia acabó con con imágenes bochornosas. Encontronazos, tensión, cargas policiales. En todos los casos los actos no estaban autorizados. Hasta aquí, nada nuevo. Lo relevante no es el veto, sino el contexto. Quiles no es un académico ni un diputado, sino un símbolo de ese nuevo ecosistema político que nace en internet: directo, emocional, identitario, dispuesto a ridiculizar lo “progre” y a impugnar todo lo que huela a élite.

Y frente a ese viejo radicalismo universitario ha surgido una respuesta equivalente. Los anfitriones de estos actos ya no se presentan como un movimiento constitucionalista clásico, sino como una plataforma “patriótica” con discurso frontal, sentimental y polarizador. Han aprendido el método de sus rivales: victimismo estratégico, épica de resistencia y estética de batalla cultural. La derecha populista juvenil ya no juega a defender el marco democrático: compite por disputarlo.

Quizá este sea el punto decisivo de este nuevo escenario político: la batalla por la hegemonía cultural ya no parte sólo de la extrema izquierda

Lo que antes era unilateral, una izquierda militante imponiendo un clima cultural, ahora es bidireccional. Por primera vez en décadas, la política juvenil vive un enfrentamiento simétrico: las mismas formas, distintos bandos. El radicalismo antiespañol y el patriotismo populista se retroalimentan con entusiasmo porque ambos necesitan enemigo para existir. Y ese choque, amplificado por redes sociales que premian el grito y castigan el argumento, convierte el debate público en un ring permanente. Un error. La realidad se nutre, casi siempre, de colores intermedios que configuran un escenario de mayor paz social y con menor señalamiento.

Resulta chocante e incluso inconcebible que avances sociales tan básicos como la reducción de la jornada laboral, la ampliación de los permisos de paternidad o el aumento de los días para cuidar a un familiar enfermo generen rechazo entre una parte importante de los propios trabajadores, que serían precisamente los primeros beneficiados. Este contrasentido no surge por casualidad. Es fruto de un clima político y mediático cada vez más extremo, en el que buena parte de la ciudadanía ya no analiza las propuestas por su contenido, sino por la trinchera ideológica desde la que se formulan. El resultado es que muchos terminan defendiendo intereses ajenos mientras desconfían de mejoras objetivas para su vida cotidiana. Cuando el extremismo impone su lógica binaria “si viene del otro lado, es malo por definición” desaparece el sentido crítico, y se cuestionan derechos laborales y sindicales que, en cualquier otra época, habrían sido considerados irrenunciables por cualquier empleado..

Quizá este sea el punto decisivo de este nuevo escenario político: la batalla por la hegemonía cultural ya no parte sólo de la extrema izquierda, la extrema derecha ha aprendido a librarla y su crecimiento, mientras cuenten con seguidores, seguirá con la flecha hacia arriba porque reducir la política a dos bandos es una forma muy cómoda de pensar, pero tremendamente ineficaz para resolver problemas reales como los que afrontamos en nuestra ciudad o en nuestro país.

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