Placentofagia

TRIBUNA

Publicado: 04 ago 2025 - 06:50

Opinión en La Región | La Región
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A lo largo de la historia de la humanidad, la placenta ha sido objeto de fascinación y ritual, pero también de controversia. En el reino animal, es habitual que muchas hembras se la coman tras el parto, un comportamiento conocido como placentofagia. Esta práctica tiene fundamentos biológicos claros: recuperación de nutrientes, estimulación hormonal, limpieza del entorno y protección frente a depredadores. En animales domesticados como perros y gatos, este instinto persiste, pese a que ya no tengan que enfrentarse a los riesgos de sus parientes salvajes. Es un ejemplo del poder de la herencia evolutiva.

Varios estudios han revelado que los niveles de hierro, hormonas o nutrientes en las cápsulas placentarias no son significativamente superiores a los de suplementos disponibles en farmacias.

Pero, ¿qué ocurre con los humanos? Aquí el panorama se vuelve más complejo, pues se entrecruzan ciencia, cultura y creencias. Aunque algunas mujeres modernas optan por consumir la placenta, cruda, cocida o encapsulada, con la esperanza de prevenir la depresión posparto, acelerar la recuperación o mejorar la lactancia, la evidencia científica que respalde estos beneficios sigue siendo escasa e inconcluyente. Varios estudios han revelado que los niveles de hierro, hormonas o nutrientes en las cápsulas placentarias no son significativamente superiores a los de suplementos disponibles en farmacias.

Por el contrario, sí se han documentado casos de infecciones neonatales asociadas al consumo de placentas mal procesadas. Más allá de lo estrictamente sanitario, la dimensión cultural resulta reveladora. En muchas comunidades tradicionales, la placenta no se come, sino que se honra. Los maoríes, por ejemplo, la entierran como símbolo de conexión del bebé con la tierra. En culturas africanas y andinas, se realizan rituales para asegurar la salud del recién nacido, subrayando su valor espiritual. Aun en los pocos pueblos donde se practica la placentofagia humana, como los Batek de Malasia o ciertos grupos Hmong del sudeste asiático, este acto se enmarca dentro de su cosmovisión ritual particular, no como una tendencia o recomendación médica. De esta manera la placenta se sitúa en un cruce de caminos: órgano biológico vital, símbolo de vida y un objeto más para el debate contemporáneo. En tiempos donde muchas personas intentan reconectarse con lo natural, la placentofagia resurge como una práctica alternativa, pero todavía bajo las sombras de la incertidumbre científica. El respeto por la diversidad cultural y la libertad individual son fundamentales, tanto como el derecho a una información rigurosa. Consumir la placenta es una decisión personal. Pero entre la tradición, el instinto y la ciencia, lo esencial es el bienestar de madre e hijo.

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