Opinión

Paso Stelvio (sombras)

Un reloj de pared, posiblemente en el primer piso, dio de manera acompasada las doce. Buscó, muy nervioso, entre sus trastes de la cartera aquel viejo móvil para avisar de su encierro. No se hizo esperar la mujer recepcionista que armada con un destornillador enorme liberó la puerta.

Respiró aliviado y agradeció que le prometiesen que al día siguiente le arreglarían aquel desaguisado. Acercó una silla y de esa manera convirtió en un poco permanente aquel cierre sin ninguna seguridad.

Ya acostado, el sopor procedente de aquel incómodo viaje fue ganándole y se quedó dormido. Creo que sólo por media hora. Pasado ese tiempo abrió los ojos para ver cómo unas sombras que le amedrentaban se iban colocando a lo largo y ancho de aquel su dormitorio de hotel. Pretendió decir algo, pero en sueños nos rige otra realidad y las palabras no salen puesto que la garganta se queda inhibida y agarrotada.

Uno de aquellos seres nocturnos, los númenes, le aterrorizaba y le golpeaba con una caña en su cabeza de chorlito. Sufrió sus risas y sus gritos sibilinos. Deseó que desapareciesen y sólo con aquel deseo surgido de dentro de su miedo lo consiguió. A la mañana estaba tendido boca arriba, empapadas las sábanas de sudor y con los brazos abiertos como quien ha navegado un mar sobre una balsa.

-Agotado. Estoy agotado. Se dijo mientras supuso la hora midiendo la sed que le atenazaba su lengua convirtiéndola en un papel de lija.

Cuando lo pasaba tan mal buscaba su cajita. Ella solía brindarle la primera solución para superar aquella crisis. Supondrán, como yo, que en la pequeña caja guardaría sus pastillas. Aquellas que los médicos suelen garabatear en sus recetas tradicionales: Valium, benzodiazepinas de alta potencia. En fin… cuanto consideran como mejor ansiolítico o antidepresivo. Pues no.

Abrió la cajita con parsimonia. Sacó de ella algo envuelto en un primoroso papel que casi era seda y se lo llevó a los ojos. Lo miró de manera muy detenida y sintió la misma sensación que tiene un niño ante la visión de su juguete preferido. Volvió a encartarlo. Una vez cerrada aquella caja metálica de muy pocos centímetros la colocó, de nuevo, en su carterita de viaje; no sin besarla antes, pero no con devoción sino con clara complacencia.

El rostro se le transformó súbitamente y se le convirtió en el de un tipo malandrín con su rictus y su arqueo de cejas casi preocupante.

Aunque él no lo sabía, había más habitantes en aquel inmueble de hostelería y restauración. Por ejemplo, en la planta cuarta habitaba, habitualmente, un famoso cazador de gamusinos. Y poco a poco iremos conociendo otros personajes si los hubiere. Pero démosle tiempo al tiempo que ya sabe usted que el tiempo todo lo trae.

-Y todo lo lleva. Suele decir el director general de pompas fúnebres.

Si ahora nos pusiésemos a describir el montón de cosas que pergeñó en su mente y que anotó en aquellos folios de A4 nos pasaríamos toda la semana. Lo conoceremos más adelante puesto que este hombre, a diferencia de personajes más impredecibles, es tan sincero como un libro abierto.

Siendo así, se le pasó por alto la hora de la comida y con unas y otras preocupaciones se llegó a la hora de la cena. De ésta sí se percató porque una especie de ratón desesperado comenzó a roerle a la altura del ombligo.

(Capítulo 3: el próximo viernes).

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