Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
TINTA DE VERANO
En una escena de la serie “Juego de Tronos”, la despiadada Cersei Lannister conversa con Baelish (alias “Meñique”) quien, en un momento dado, susurra a la reina: “la información es poder”. Ésta, con un gesto, ordena a la guardia que prendan a su interlocutor y pide que le corten el cuello. Justo cuando el filo de la espada roza la garganta de Baelish, Cersei indica a su escolta que ha cambiado de opinión y le suelta: “El poder es poder”.
Viene esto a cuento tras leer que Donald Trump ha vuelto a poner el dedo sobre el botón más simbólico del poder estadounidense: el nuclear. Su anuncio este pasado jueves, asegurando haber instruido al Departamento de Guerra para “reanudar las pruebas de armas nucleares en igualdad de condiciones con otros países”, marca un punto de inflexión en la política de seguridad global, con una profunda carga política, estratégica y moral.
No es solo un mensaje sobre tecnología militar: es una advertencia al mundo de que el equilibrio nuclear puede volver a moverse. Durante más de tres décadas, Estados Unidos ha mantenido una moratoria voluntaria de pruebas nucleares explosivas. Con este anuncio, Trump rompe la prudente continuidad de sus predecesores -tanto republicanos como demócratas- y revive un debate que parecía archivado junto a los fantasmas de la Guerra Fría.
Ciertamente, el contexto internacional sirve de telón de fondo a la decisión. En los últimos meses, Rusia y China han intensificado sus programas de modernización nuclear y han realizado pruebas con misiles hipersónicos y sistemas de lanzamiento estratégicos. Trump, fiel a su estilo, afirma que Estados Unidos “no puede quedarse atrás”, aunque no exista evidencia pública de que Moscú o Pekín hayan reanudado pruebas nucleares explosivas.
La respuesta de Washington, por tanto, puede interpretarse más como un gesto político que como una necesidad técnica. Dentro del propio Estados Unidos, el anuncio ha generado controversia inmediata y expertos del sector señalan que la infraestructura actual requeriría al menos tres años de preparación para una detonación controlada. Es decir, incluso si la orden presidencial se concretara, su ejecución no sería inmediata.
En política nuclear, las palabras pesan tanto como las bombas: basta con el anuncio para alterar la percepción de estabilidad global. De hecho, las reacciones internacionales no se hicieron esperar. Rusia advirtió que responderá “en espejo” si Estados Unidos efectúa pruebas reales; China llamó a la “moderación estratégica”; y la UE expresó su “profunda preocupación” por el retroceso que esto implicaría para los esfuerzos de no proliferación.
En este punto, conviene señalar que la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, con sede en Viena, ha salido al paso, recordando que la reanudación de pruebas explosivas violaría el espíritu del tratado, aunque EE. UU. nunca lo haya ratificado. La diplomacia se encuentra, nuevamente, ante la posibilidad de un deterioro del marco de contención atómica construido con tanto esfuerzo tras 1945.
Antes que más explosiones para recordar el poder destructivo del átomo, el mundo necesita un liderazgo responsable. Donald Trump ha abierto una puerta que muchos creían sellada desde hace treinta años. Si cruza el umbral y convierte sus palabras en detonaciones, el planeta entero volverá a escuchar un sonido que debería haberse extinguido con el siglo XX. En efecto, el poder es poder. Y, si es nuclear, ni les cuento.
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