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SUEÑOS DE OLIMPIA
Curioso contraste entre dos de los países organizadores el próximo Mundial de fútbol 2030. En la vecina dictadura de Marruecos estalló hace semanas una revuelta contra la corrupción y el despilfarro -4.000 millones de euros en gastos ‘oficiales’- generados por el evento.
La protesta se originó en las redes sociales y, en esencia, denuncia que el estado destine tal cantidad de dinero a una fiesta en lugar de cubrir los decadentes servicios esenciales, bajo el lema “menos estadios y más hospitales”.
Se aprecia bastante ingenuidad en los jóvenes manifestantes. Quieren terminar con la corrupción, el abuso y la falta de oportunidades, obviando que el Rey Mohamed VI es el principal obstáculo y el origen de un régimen tirano y despótico. Centran su ira en el primer ministro, Aziz Akhannouch, cuando nadie mueve un dedo en Marruecos sin pasar por el despacho del monarca.
Aquí nadie protesta ni sale a la calle. Ni siquiera al saber que Marruecos es un firme aliado del “genocida” Israel, y recibe el armamento que nuestro gobierno cancela. A nadie inquieta que colaboremos en el Mundial con un régimen homófobo, machista y represor de libertades.
Los rebeldes están dispuestos a boicotear la próxima Copa África de las Naciones o todo lo concerniente al Mundial, hasta que se mejore su situación o ese casi 13% de paro.
Observen la diferencia con España, donde nuestra tasa supera el 10%. Donde se anunció una primera partida de 1.500 millones de gasto para el Mundial 2030, confirmando que un cuarto del presupuesto marroquí para el evento es un préstamo de nuestro gobierno. Aquí nos sobra.
Aquí nadie protesta ni sale a la calle. Ni siquiera al saber que Marruecos es un firme aliado del “genocida” Israel, y recibe el armamento que nuestro gobierno cancela. A nadie inquieta que colaboremos en el Mundial con un régimen homófobo, machista y represor de libertades.
La sociedad marroquí protesta. La española dormita en el pesebre.
Disputar un partido de exhibición en un país o mercado de interés es un recurso formidable para cualquier competición deportiva profesional que aspire a repercusión mundial e ingresos.
Estados Unidos fue la pionera en estas acciones. Con la NBA, presidida por el judío David Stern, primera entre sus cuatro grandes ligas: baloncesto, fútbol americano, béisbol y hockey sobre hielo.
Impera allí un concepto arraigado de competición. La marca por encima de los clubes. Esa marca, integrada por franquicias privadas, tiene un gestor -comisionado o presidente- que negocia convenios, derechos de televisión, productos, mercadotecnia…
Todos los clubes delegan en una voz única, porque todos los beneficios se repartirán entre ellos y los jugadores, parte fundamental de un próspero negocio.
En Europa y España, cada club piensa de forma egoista e intenta negociar por su cuenta. En general, se conoce más por el mundo al Real Madrid y al FC Barcelona que a LaLiga.
Javier Tebas es el actual presidente (o gestor) de LaLiga. Su comparación con David Stern es similar a la de un carricoche con una aeronave espacial. No obstante, disputar un partido de promoción en Estados Unidos es buena idea.
Otra cosa es la forma y el momento. Introducirlo con calzador en diciembre, sin ninguna compensación para el equipo local -que pierde el factor campo- y cargando con más kilómetros a jugadores ya de por sí saturados -más riesgo de lesión- es un auténtico despropósito.
Su desarrollo deberían ser en pretemporada. Con un formato de torneo, para incluir a más clubes durante una estancia más larga. Pero Tebas, pillín, quiere irse a la playa. Y ya.
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