Pulpeiras y mariscadoras

Publicado: 27 jul 2025 - 01:35

Opinión en La Región | La Región
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En muchas romerías y ferias, como las de O Carballiño, Sarria o Melide, hubo pulpeiras, cuando menos desde la segunda mitad del siglo XIX. Las más reputadas procedían de Arcos, pequeña localidad cerca de O Carballiño. Estas pulpeiras trabajaban el pulpo seco. Tenían que hidratarlo previamente para después cocerlo y disponerlo en los tradicionales platos de madera. Ya solo quedaba condimentarlo con aceite, sal gruesa, y pimentón. Tuvieron un gran éxito, pues crearon la fórmula gastronómica gallega que más éxito obtuvo en el conjunto de España. Por cierto, que esta actividad tenía su aquel: era un oficio itinerante y duro, que exigía madrugar mucho, pasar cansancio y frío, y aguantar las fatigas de un viaje de muchas leguas llevando una acémila cargada con el pulpo y un gran pote, en cuyo interior situaban los “libirincos” (condimentos de la comida) y el rimero de platos de madera. Casi siempre eran mujeres quienes trajinaban con la culinaria del pulpo, pero algún varón hubo que se dedicó también ocasionalmente a este oficio de la arriería pulpera, como fue el caso del abuelo de la bodeguera Xulia Bande, que lo reivindicó denominando “Son de arrieiro” a la excelente bodega que dirige en Leiro. Conviene señalar, por cierto, aunque sea de modo tangencial, que esta cosechera (al igual que las restantes pioneras), las pasó canutas para abrirse camino y conseguir ser aceptada y respetada en un mundo de hombres, como era hasta hace bien poco tiempo el de la viticultura tradicional.

No eran desdeñables tampoco otras actividades estacionales de recolección de las que se ocupaban algunas mujeres

La riqueza de moluscos y crustáceos de las rías gallegas posibilitó desde tiempos inmemoriales una actividad marisquera relevante, de la que se ocuparon primordialmente las mujeres. Aún en nuestros días ellas representan cerca del noventa por ciento de las personas que ejercen esta actividad. Tradicionalmente, el destino de estas capturas era el consumo familiar, excepto la de la ostra que disfrutaba de una elevada consideración gastronómica y tenía, por consiguiente, un notable valor comercial, del que dan cuenta las barricas de ostras en escabeche que se exportaban a Madrid para la provisión de mesa de la propia Corte real. Las restantes especies no eran más que comida de pobres hasta que, en la década de 1960, eclosionó la espectacular revalorización del marisco, a causa del cambio en los gustos y favorecido también por la mejora de los transportes y la implementación de la red de frío. Hasta hace pocas décadas, por lo tanto, la dura labor que las mujeres realizaban en los bancos marisqueros, descalzas y teniendo que mojar las piernas en el mar, afectó a la salud de muchas de ellas y les reportó escasos beneficios. Cuando menos, conseguían un producto con el que alimentar a su gente y así aventaban en alguna medida el espectro de la penuria y la ocasional hambre que planeaba sobre sus cabezas.

No eran desdeñables tampoco otras actividades estacionales de recolección de las que se ocupaban algunas mujeres. Como la recogida de algas para abonar las fincas; en la zona de A Guarda ellas eran las sufridas “argaceiras” que para recogerlas se metían con su “clamoeiro” en un mar helado que cortaba de frío. Pero aun había otra recogida, muy útil para los peregrinos, como insignia simbólica jacobea, y también para las mujeres, en calidad de ornamento. L. Barreiro refería, en “Esbozos y siluetas de un viaje por Galicia”, a finales del siglo XIX, que en Corrubedo: “las olas que llegan a la ribera en tumbos imponentes y majestuosos siempre dejan en las orillas infinidad de conchas hermosas y de nacarados colores, las que van a vender a Santiago mujeres que se dedican a recogerlas”. Las que tenían habilidades artesanales, confeccionaban collares con las “cunchiñas” y pequeñas caracolas para su venta. Las mujeres fueron siempre muy apañadas.

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