Antonio Casado
Cumbre de la desunión europea
La cuestión demográfica viene instalada en la agenda política desde hace décadas. Una realidad europea que constituye una problemática común en todos los territorios. El ochenta por ciento de la población vive en el veinte por ciento del territorio y el veinte por ciento de los seres humanos en el ochenta por ciento de la geografía. El éxodo a las ciudades de la segunda mitad del siglo XX mermó de recursos a los núcleos más pequeños. Una búsqueda de oportunidades que ha generado un aumento de la edad media, envejecida, de nuestros pueblos, cifras raquíticas de nacimientos y perspectivas de abandono de proyectos vitales en latitudes otrora prósperas que aconsejan decisiones políticas valientes.
Nos falta ser ricos en inversiones estratégicas y, para eso, necesitamos valentía y decisión firmes
No vale con eufemismos ni nomenclaturas. Cierto que fue Mariano Rajoy quien creó el Comisionado del Gobierno frente al reto demográfico, dentro del ejecutivo nacional, nombrando por cierto a la ourensana Miri Barreira. Veraz que existen planes, comisiones y estudios que certifican el interés de la acción pública, tanto a nivel comunitario como estatal, autonómico, provincial y local. Obligada la lectura de las conclusiones y recomendaciones de múltiples foros de expertos y gestores públicos que acreditan el éxito de determinadas prácticas o la aplicación de medidas económicas para mantener iniciativas empresariales que permitan la fijación de población en el mundo rural. Pero creo que hace tiempo que ha llegado el momento de ir más allá. De considerar absolutamente prioritario, y transversal para todos los departamentos de los ejecutivos, la aprobación de inversiones multimillonarias localizándolas en entornos rurales. Legislación y decisiones con perspectiva de reto demográfico. Porque no vale sólo con aumentar la población a costa de la llegada, obligada y en muchos casos traumática, de personas de otras nacionalidades. Se trata de generar polos de atracción empresarial y productiva que actúen como imán de la llegada de nuevos habitantes para conformar riqueza y empleo de calidad.
La pandemia puso de manifiesto la importancia del rural en la vida urbana. Las tres comidas diarias recomendadas para todo ser humano tienen su despensa en las zonas menos habitadas. Y vamos a seguir necesitando comer todos los días. Y tiene que seguir actuando la cadena agroalimentaria potenciando su rol abastecedor para quien mora en las ciudades. Y hablemos de un sector donde Ourense tiene mucho que decir con marcas de relevancia nacional e internacional como el de las aguas minerales. Un ecosistema nacional conformado por setecientos siete municipios, el setenta y dos por ciento de menos de cinco mil habitantes. En España ciento dos municipios albergan alguna de las ciento quince plantas de envasado de agua mineral existentes. Generando empleo con más de ciento cuarenta mil trabajadores por cuenta ajena en localidades muy rurales y más de cuarenta y dos mil trabajadores autónomos activos. Una proyección económica-empresarial local dada a conocer recientemente por la Asociación de Aguas Minerales de España. Es “agua de pueblo” la embotellada que se sirve en los más lujosos restaurantes. Agua básica para la vida que proviene de un entorno natural. Un origen rico en tranquilidad, bienestar y placidez. Que evidentemente precisa conectividad digital (a mi juicio debiera incluirse como derecho fundamental en nuestra Constitución) para tener acceso a las autopistas de la información que nos igualan. En nuestro medio rural, afortunadamente, falta el stress y se disfruta más el tiempo. Se llama calidad de vida. Nos falta ser ricos en inversiones estratégicas y, para eso, necesitamos valentía y decisión firmes. Pasar de los titulares a lo concreto. De las fotocopias de planes con mucha letra pequeña a la publicación en los boletines oficiales de medidas equilibradoras del territorio. Porque siempre dije que es una falacia hablar de “reequilibrio “ si nunca hubo un equilibrio anterior. Y se trata de darle al rural la importancia crucial que tiene, aún estando precariamente atendido. Lo ha escrito muy bien Manuel Pimentel –ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales- en “La venganza del campo”, analizando, casi de modo reiterado en diferentes artículos de opinión publicados sobre esa temática a lo largo de los años, cómo el sector primario ha sido pisoteado y perseguido por la misma sociedad a la que da de comer. Repoblemos, pues, con inversiones. Traerán más trabajadores, habitantes y familias que apuntalen la base de nuestra economía vital, de nuestro modelo de convivencia y cohesión.
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