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El suicidio no es un deseo de morir, sino un anhelo de dejar de sufrir”. Esta idea resume una realidad dolorosa que todavía pesa demasiado en la sociedad. En España, más de 3.800 personas perdieron la vida el pasado año por esta causa; en Galicia, fueron alrededor de 300. Detrás de cada número hay historias de desesperanza, aislamiento y dolor que muchas veces permanecen invisibles.
La adolescencia y la juventud son etapas especialmente frágiles. No es casualidad que las autolesiones -gestos que buscan aliviar emociones insoportables- estén aumentando. Marcas en la piel que funcionan como un lenguaje oculto, una forma de pedir ayuda cuando no se encuentran palabras. Si no se interviene a tiempo, estas conductas pueden convertirse en la antesala de una tragedia mayor.
No se trata solo de recordar cifras, sino de derribar estigmas, fomentar la empatía y promover políticas que protejan la salud mental
Cada 10 de septiembre, la OMS conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. No se trata solo de recordar cifras, sino de derribar estigmas, fomentar la empatía y promover políticas que protejan la salud mental. Durante siglos, la autolisis fue entendida como pecado, delito o locura, y esas etiquetas aún pesan. Hoy sabemos que reducir el problema únicamente a un diagnóstico médico es insuficiente. El sufrimiento humano necesita un abordaje integral, que combine la atención sanitaria con la dimensión social, educativa y comunitaria. Los avances existen: a nivel estatal se aprobó un Plan de Prevención del Suicidio, y en algunas autonomías se están utilizando sistemas tecnológicos innovadores para mejorar la detección de riesgos y la coordinación entre instituciones. Sin embargo, ningún plan será suficiente si seguimos callando. El silencio nunca ha sido un remedio.
La prevención pasa también por algo tan esencial como aprender a vivir mejor: fomentar la resiliencia, crear entornos sociales que cuiden y acompañen, impulsar políticas que apuesten por el bienestar y una educación que nos enseñe a gestionar emociones. En la era digital, además, no podemos ignorar el papel que juegan las redes sociales y la inteligencia artificial. El espacio virtual, cada vez más presente en nuestra vida diaria, influye directamente en cómo nos relacionamos, pensamos y sentimos. La tecnología no es neutral: puede convertirse en un riesgo o en una herramienta para salvar vidas.
Hablar con respeto, escuchar sin juzgar, mostrar cercanía: pequeños gestos que pueden marcar una diferencia enorme. Porque las palabras, usadas con sensibilidad, son capaces de abrir puertas a la esperanza.
No dejemos a nadie solo frente a su dolor. La comprensión, la empatía y la acción son las mejores armas contra el suicidio.
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