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Los Juegos de Paris 2024 desde la España escandalizada por el prófugo, la ley de amnistía y el cupo catalán. Descalificación sin medalla
El sanchismo no ha podido colgarse una medalla olímpica. Lo ha intentado. Igual que intentó sin éxito capitalizar políticamente la Eurocopa de la selección española de fútbol, algo que no consiguió por el efecto Carvajal. La conjura de los capitanes había evitado antes que Sánchez bajara al vestuario en una de las victorias de España con intención de hacer su habitual bulo-propaganda. Inasequible al desaliento temerario que habita en él, Sánchez se fue con la imputada Begoña a Paris para disimular las vergüenzas que presagia el acorralamiento del juez Peinado. Pero la foto no tuvo la misma suerte, difusión positiva y aceptación que las de la familia real, en particular la de la reina Letizia sufriendo en la final de Alcaraz. La sonrisa del régimen, Pilar Alegría, se ha pasado buena parte de los Juegos Olímpicos haciendo turismo al pie de la Torre Eiffel, pero el oportunismo populista no basta para hacerse con 27 medallas olímpicas que nos corresponden por PIB, el producto interior bruto del que tanto presume el sanchismo a costa de freírnos a impuestos para pagar la factura de sus pactos. El récord olímpico lo ha batido Sánchez con la parodia de Illa Maravilla y Puigdemont, la vergüenza del cuponazo catalán y la paciencia de un pueblo español engañado y distraído en las vacaciones de verano. La alevosía del sanchismo es tan sofisticadamente descarada, tan alevosamente descarnada, que planifica elecciones en verano para diluir en el despiste y la desconexión estival del ciudadano el escándalo de sus cesiones al chantaje separatista que le mantiene en La Moncloa con dinero público y desigualdad entre territorios y españoles.
Con cinco presidentes en el Consejo Superior de Deportes en sólo 6 años, algunos de ellos amigos del líder como es el caso de su biógrafa y esclava Irene Lozano, la planificación, la inversión y la estabilidad a largo plazo no han sido las deseables para poder superar las 22 medallas de Barcelona 92. El presidente del COE, Alejandro Blanco, que empujó cuanto pudo y trató de ilusionar con ese objetivo a una España deprimida por la amnistía, el caso Begoña, el sablazo, timo y atraco del cupo y lo del hermanísimo musiquero. Pero la realidad es que, salvo contadas excepciones, la decepción ha sido olímpica, hasta se diría que de medalla de oro.
Seríamos injustos si responsabilizásemos de los fracasos deportivos a Sánchez, del mismo modo que lo sería si le adjudicamos los éxitos. Sánchez ni pincha ni corta en la Champions, Supercopa o la Liga del Madrid, la Eurocopa de selecciones nacionales o el Roland Garros de Alcaraz pues no son producto de la progresista gestión deportiva de la era Sánchestein, sino el resultado del esfuerzo y los valores deportivos. Pero su don de la oportunidad para colgarse medallas que no le corresponden, le pasa factura cuando trata de refugiarse bajo triunfos deportivos, igual que le ha sucedido con la farsa de Illa y Puigdemont y su pasmoso silencio sospechoso. Ejemplo de ese déficit de ética y moral es el despiadado y rabioso ataque a los jueces que no aplican la amnistía e investigan el comportamiento de Begoña y del hermano imputados por tráfico de influencias, corrupción en los negocios y enchufismo fiscal. Una tarea que durante las vacaciones ha dejado a sus ministros más secuaces.
A Pedro Sánchez le pasa como a la mayoría de los líderes políticos cuando el poder les nubla la visión de la realidad y les convierte en candidatos al nepotismo (des)ilustrado: intenta convertir en bueno lo malo, lo ilegal en legal, la mentira en verdad y el abuso político, social y económico en democracia. También Macron presume de Paris 2024, cuando muchos consideran que Francia ha organizado los peores Juegos Olímpicos de la historia. De la suciedad del Sena y el juego de barquitos inaugural bajo la lluvia mejor no hablar, igual que de las miserias de la España humillada por Sánchez para investir a Illa bajo el influjo del delincuente prófugo en numerito de magia “borrás”.
Pedro Sánchez presume de jugador de baloncesto, pero su talla política no le da para jugar de base de un equipo nacional cohesionado y ganador que transmita credibilidad, seguridad, orgullo, ilusión y esperanza. El partido del sanchismo con las reglas amañadas se ha convertido en un fraude poco prometedor para el presente y el futuro de España. Y su individualismo egoísta y marrullero a costa de los bienintencionados españoles se verá desenmascarado cuando el VAR del estado de derecho, la separación de poderes y la rebelde transparencia institucional revisen su obra y legado como uno de los más tortuosos de la democracia española. Entonces, el fracaso del sanchismo olímpico será mucho mayor que el de España en Paris 2024. Porque en lo que se refiere al sanchismo lo importante no es participar, sino destruir y humillar a sus rivales políticos con poca deportividad y usar sin conciencia ni razón a la ciudadanía como fin que justifica sus oscurantistas y negligentes medios. Lo principal para el sanchismo olímpico, es mantenerse y perpetuarse en el poder a toda costa. De lo contrario le resultará del todo imposible protegerse de sus faltas evidentes sin la impunidad del aforamiento colectivo.
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