Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Este miércoles, 19 de marzo, solemnidad de San José, la Iglesia en España celebra el Día de Seminario, bajo el lema Sembradores de esperanza. Se sitúa así la campaña de este año en el marco del Año Jubilar de la Esperanza.
Ciertamente nuestro mundo está necesitado de esperanza y la Iglesia también. Esta virtud teologal se fundamenta en las promesas de Dios -en que Él cumple lo que dice- y mira a la vida eterna, ya que la esperanza cristiana va más allá de la muerte.
El sacerdote es un sembrador de esperanza porque con su modo de vida está llamado a recordar que existe la eternidad. Siembra esperanza en el niño que bautiza, siembra esperanza en el joven que educa, siembra esperanza en el matrimonio que comienza, siembra esperanza en el pobre y en el enfermo a los que sirve, siembra esperanza en la familia que acompaña en la pérdida de un ser querido. Ser sacerdote es sembrar semillas de esperanza que brotarán como plantas frondosas en la eternidad.
“Feliz seas, Iglesia, por tus seminaristas, sembradores de esperanza”
También cada seminarista que ha sentido la llamada el Señor a servirlo en el sacerdocio es un motivo de esperanza para la Iglesia. Los tres Seminarios que existen en esta Diócesis de Ourense (el Menor de la Inmaculada, el Mayor del Divino Maestro y el Misionero Redemptoris Mater) se convierten en razones para la esperanza.
Los cristianos hemos de mirar más al futuro que al presente. Mirando al futuro, tenemos que soñar con los santos sacerdotes que han de servir a la futuras generaciones. Por ello, la formación de un seminarista es algo tan importante. Porque -con palabras del papa Francisco- cada vocación es “un diamante en bruto, que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios”.
Tenemos motivos para la esperanza. España acaba de celebrar el Congreso nacional de Vocaciones, Asamblea de llamados para la misión, del 7 al 9 de febrero en Madrid, bajo el lema ¿Para quién soy?, una verdadera fiesta del Espíritu y de comunión eclesial. Tras este evento -que ha sido un don de Dios- todos debemos sentirnos implicados en promover la cultura vocacional, es decir, la vida entendida y vivida como respuesta a una llamada, como don para los demás, como entrega en el servicio. La vocación se parece más a una brújula que a un GPS, porque nos marca un horizonte de sentido, pero respetando nuestra libertad.
Todos tenemos una vocación o, mejor dicho, somos vocación. La vocación marca la propia identidad. Desde esta condición vocacional de todos en la Iglesia, podremos redescubrir la belleza de la vocación sacerdotal. Así, podremos decir, con el mensaje final del Congreso: “feliz seas, Iglesia, por tus sacerdotes”. Y añadir: “feliz seas, Iglesia, por tus seminaristas, sembradores de esperanza”.
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