Sgt.Pepper´s Lonely Hearts Club Band

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Publicado: 01 nov 2025 - 01:40

Opinión en La Región
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El traje me lo había prestado mi amiga María. De cuando ella tenía 13 años. A mi favor jugaba que siempre he tenido este tipo de cuerpo, estilizado de constitución adolescente. En mi contra juega que siempre he tenido este tipo de cuerpo, escuchimizado de constitución poco varonil.

Era un disfraz rosa y brillante. Con ese brillo especial que tienen los disfraces de alquiler. El brillo opaco de iluminador barato.

El pantalón, que no tenía botón ni cremallera y se sujetaba a la cintura con una goma que me sometía enfurecida el hueso costal, me quedaba corto. Como los pantalones de pescar. Las mangas de la chaqueta me rozaban las muñecas sin tocarlas del todo. Me quedaba “encunicada” como suele decir mi madre.

Conseguí pegarme un mostacho prominente que había adquirido en El Almacén y rescaté una peluca morena con flequillo de algún viejo atuendo familiar de carnaval.

Era Halloween y yo me había convertido en Ringo Starr.

Con su uniforme rosa de gala militar.

Al principio nadie me reconocía. Me saludaron como Sargento Sarasa varias veces. Y alguien debatía si ahora la canción se iba a llamar YMCGAY.

La gente tiene eso, que a veces es hostil.

Acepté la derrota y continué con mi propósito de miembro de la banda de los corazones solitarios del sargento pimienta. Portando dos baquetas en una mano. Un cubata infinito en la otra.

Al fin, en un bar de esos a los que uno solo sabe llegar de noche, se me acercó una tenista extravagante. Usaba gafas de culo de vaso, tenía melena en las piernas y el bigote se parecía bastante al mío. Me llamó por mi nombre, que en ese momento era Ringo, y nos reímos, y nos emborrachamos, y, en un despiste hormonal de bar trasnochado nos besamos.

Tardamos poco en ir a mi casa, que ya se sabe la prisa que tiene cierta edad. Paramos en todos los portales y recovecos del camino mientras el disfraz de la tenista estrafalaria se iba deshaciendo por completo. El amor torpe de callejón.

Nos desnudamos uno frente al otro en mi cuarto. Enfocando el desajuste del alcohol. El bigote se le había borrado y las gafas las abandonamos sin querer en alguna parada de bus.

Me quedé en el medio, allí, esperando que algo sucediese. Me miró. Tenía los ojos verde aceituna.

“No te quites el disfraz. Una no se acuesta todos los días con Ringo Starr”.

El resto del tiempo me susurró una y otra vez “With a Little Help For My Friends”, bueno, al menos una vez, los dos minutos y medio que dura. Que duré.

Al despertar no quedaba nadie en la habitación, ni tenista, ni Ringo Starr.

Solo quedaba yo, miembro honorífico de la banda de los corazones solitarios del sargento pimienta.

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