Francisco Lorenzo Amil
TRIBUNA
Lotería y Navidad... como antaño
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El sinhogarismo responde al arquetipo extremo de la pobreza y la exclusión de los circuitos sociales habituales. Las víctimas identifican una combinación diversos factores, tanto estructurales como individuales, que les conducen a acabar viviendo en la calle. Se ve a diario en Ourense, un trasiego interminable de hombres y mujeres con evidentes síntomas de deterioro y desarraigo que deambulan de día y duermen de noche en cualquier lugar. No sólo son mendigos, maleantes o drogatas subiendo y bajando del barrio de Covadonga o al acecho de la calderilla de un viajero abordado en la estación de tren. María Virginia Matulic Domandzice, experta en Trabajo Social, ha estudiado los perfiles e incluso los ha clasificado y destaca el ejemplo de "la exclusión de la exclusión", esas mujeres que viven en la calle, que son hasta invisibles, tal como ha recogido en su publicación "Las mujeres sin hogar: realidades ocultas de la exclusión residencial".
Si recapitulamos, la miseria ha estado presente a lo largo de la historia, pero su connotación y repercusión no siempre ha sido la misma. Hasta la Revolución Industrial se habla de una pobreza principalmente económica, formada por necesitados percibidos como "buenos", aquellos que su condición era inevitable por sus características físicas o carencias sociales, o pordioseros entendidos como "indignos", delincuentes o mujeres prostituidas a los que se hacía responsables de su situación por haberla incluso pretendido. En el siglo XIX se amplía este concepto y el pobre extremo pasa a presentar una desafiliación sociológica, a no tener identidad con su territorio y a estar inadaptado en su entorno. Algunos expertos apuntan también, a finales del siglo XX, al propio estado del bienestar y a la realidad del mercado laboral como motores generadores de indigencia.
Sus protagonistas salpican las ciudades con sus refugios a la intemperie, pertrechados con lo que pueden y convirtiéndose posiblemente en los mayores recicladores de cartón de nuestras calles
Será la Comunidad Europea la que adopte una visión más completa para analizar estas situaciones de penuria y así se llega a este siglo en el que el sinhogarismo se aborda desde distintos prismas. Desde una dimensión económica, en la que la persona no cuenta con un salario o una nómina y, por tanto, vive una privación del consumo de lo más básico. La dimensión política, cuando la persona no cuenta con acceso a sus derechos políticos, por tanto se mueve en un abstencionismo, no cuenta, no participa de la acción ciudadana por la vía de la política y tampoco accede a sus derechos básicos como son la vivienda, la sanidad, la educación u otros. Y en un tercer eje, en la dimensión social, la ausencia de lazos y vínculos con familiares o amigos provoca que se aislen o estén más expuestos a círculos destructivos.
Entre las causas que conllevan el caer en la pobreza más absoluta se encuentra el deterioro y la ruptura de las relaciones sociales, algo que además puede ir asociado a una conducta creciente de agresividad o violencia. Asimismo, las adicciones o enfermedades físicas o mentales son habituales en la antesala del sinhogarismo. Las causas institucionales tienen su responsabilidad, en concreto, cuando no se tiene respaldo administrativo y la persona acaba fuera del circuito asistencial. Por último, conviene poner foco en otras causas clave, las estructurales, al no tener acceso a una vivienda decente o presentan dificultades para mantenerse en el mercado laboral. La ecuación da como resultado una persona no reconocida por el sistema ni por los demás.
No se ven por muy aparatosa que sea su "casa caracol". Se les despersonaliza y llegan a ser invisibles en el runrún cotidiano, pero su realidad no es normal.
Una de las consecuencias más visibles de esta penuria extrema es comprobar cómo cada vez más personas salpican la ciudad con sus refugios a la intemperie, pertrechados con lo que pueden y convirtiéndose posiblemente en los mayores recicladores de cartón de nuestras calles. Escenas que, por repetidas y extendidas, ya sólo hacen pestañear en contadas ocasiones. Todo un fracaso colectivo.
Se ejerce la gubernamentalidad de la pobreza, término usado por el filósofo francés Michel Focault para explicar que hay gobiernos que cuentan con este cupo de pobreza y gestionan excluyendo a estas personas
Muchos de ellos han pasado de ser transeúntes a convertirse en personas sin techo. Se les despdespersonaliza y llegan a ser invisibles en el runrún cotidiano. Pero su realidad no es para nada normal. Supone una obligación para los gobernantes y un reto para toda la sociedad. "No puede haber vida corporal sin apoyo social e institucional", afirma la filósofa Judith Butler, cuando analiza esta lacra.
El sinhogarismo de hoy en día presenta niveles, desde los más precarios a los más incipientes, tal como recoge el European Typology on Homelessness and Housing Exclusion (ETHOS):
Ante diferentes grados de necesidad y desconexión los expertos saben que se necesitan también distintas actuaciones y recursos. Las administraciones no son ajenas a estas situaciones, pero es frecuente que opten por la gubernamentalidad de la pobreza, un concepto usado por el filósofo francés Michel Focault para explicar que hay gobiernos que cuentan con este cupo de pobreza y gestionan excluyendo a estos ciudadanos, sin promover las condiciones necesarias para sustentar su vida. El sinhogarismo es un reto urgente para todos, para los gobiernos, principalmente para los municipales como el de Ourense que es testigo directo de la transformación que noche tras noche se vive en los portales, bancos o rincones de la ciudad.
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