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Donald Trump ha declarado reiteradamente que, si gana en noviembre, dejará colgados a los aliados de los Estados Unidos. Qué mala noticia para un pequeño gran país pegado a China, enraizado en la cultura de China, pero absolutamente diferente de China por la obra milagrosa de tres cuartos de siglo de separación, occidentalización, modernización y democratización. Taiwán merece vivir sin el permanente hostigamiento del régimen imperialista y expansionista del Partido Comunista Chino, pero lo tendrá difícil si Trump vuelve a la Casa Blanca y, con él, regresan al poder los quintacolumnistas que quieren darle todo a Putin y casi todo a Xi. Si el plan de Trump para “pacificar Ucrania” es darle media Ucrania al zar, ¿cuál puede ser su política de cara a Taiwán? No parece que vaya a ser muy distinta. Trump es un peligro inminente y gravísimo para el sistema de libertades de raíz occidental e ilustrada. Taiwán es uno de los frentes en los que se libra hoy esa contienda ideológica.
No hay, en realidad, una espada de Damocles que penda sobre Taipéi en una fecha concreta. Lo que sí hay es una economía china al borde del colapso, y eso podría llevar a Xi a buscar un conflicto exterior.
Pero, incluso si el nacional-populismo no logra reconquistar el Despacho Oval, sigue siendo evidente el riesgo de que Xi, enrabietado por el fracaso económico de su radicalización ideológica desde el XIX Congreso del partido único, en 2017, decida pasar a mayores. Se ha instalado en el imaginario colectivo la fecha de 2027 como plazo para el apocalipsis de la isla. Se dice que Xi tiene que invadir Taiwán antes de esa fecha, y que él mismo y su plana mayor política quieren hacerlo pero los militares le frenan porque, pese a los innumerables simulacros y modelos informáticos, no ven nada clara la operación. No hay, en realidad, una espada de Damocles que penda sobre Taipéi en una fecha concreta. Lo que sí hay es una economía china al borde del colapso, y eso podría llevar a Xi a buscar un conflicto exterior. Pero esa crisis china es también una oportunidad para Europa. Va siendo hora de que Bruselas, en el marco de una nueva política exterior mucho más proactiva frente a las aspiraciones rusas y chinas, actúe. La liberal Kaja Kallas, nueva responsable de la diplomacia europea, tiene muy clara la cuestión ucraniana. Urge que adopte una posición igualmente firme a favor de Taiwán. Incluso si el bloque europeo no contempla por el momento el reconocimiento de Taiwán como Estado, puede hacer mucho para elevar el estatus de las representaciones diplomáticas taiwanesas y el de las comunitarias en Taipéi. Lituania está dando pasos en la buena dirección, y el resto de Europa debería seguir su valiente estela. Mucho más importante, sin embargo, es que Bruselas exija en los foros internacionales más relevantes algún tipo de estatus para Taiwán que permita, al menos a efectos prácticos, su participación. Es absurdo que un país de veintitrés millones de habitantes se encuentre excluido de los organismos internacionales más relevantes para las cuestiones que nos afectan a todos. Taiwán debe tener cabida normalizada en la FAO, la OMS, la OIEA y todas las demás agencias internacionales relevantes. Por otro lado, Europa debe rechazar explícitamente la “One China Policy” del régimen comunista, que constituye una amenaza constante.
Un régimen genocida contra los uigures y los tibetanos, represor de los hongkongueses y de toda disidencia política, amenazador contra Taiwán y decidido a reimplantar la ortodoxia de la planificación central mientras estalla su burbuja inmobiliaria, no puede seguir comprando Europa por fascículos (desde la electricidad portuguesa a los puertos griegos), mientras las empresas europeas apenas pueden actuar independientemente en su territorio.
El expansionismo chino en el Pacífico, por ejemplo en las Islas Salomón, y en la zona de las islas Spratly -con constantes roces y escaramuzas con Filipinas y otros países- debe llevar a Europa a comprender mejor el riesgo de permitir que Beijing avance geopolíticamente mientras sigue retrocediendo de forma acelerada en libertades. Un régimen genocida contra los uigures y los tibetanos, represor de los hongkongueses y de toda disidencia política, amenazador contra Taiwán y decidido a reimplantar la ortodoxia de la planificación central mientras estalla su burbuja inmobiliaria, no puede seguir comprando Europa por fascículos (desde la electricidad portuguesa a los puertos griegos), mientras las empresas europeas apenas pueden actuar independientemente en su territorio. Estamos pagando, con los euros que intercambiamos por manufacturas baratas, la compra de deuda soberana e infraestructuras por parte de Xi en medio mundo, Europa incluida. Frente a ese gigante tan poco de fiar, Taiwán se presenta como un aliado firme de Europa y de sus valores en Extremo Oriente. Ayudarle no es mera solidaridad con un país que comparte nuestros principios, sino un acto de autodefensa. Va en el propio interés de los europeos.
Mientras Xi observa con calma cómo actuamos en Ucrania y cuánto miedo infundado le tenemos al zar Putin, Taiwán sufre cada día incursiones aéreas y navales. La mediana del Estrecho de Taiwán, considerada durante décadas como línea de demarcación, ya no se respeta. Sólo en un día de la semana pasada se registró el acoso de nueve buques y más de veinte cazas chinos. Europa debe emplear la palanca del comercio para forzar a Xi a respetar el statu quo, pero eso no basta. Bruselas debe ser proactiva en un cambio de paradigma respecto a Taiwán, que dé seguridad al país y, con él, a la provisión mundial de chips informáticos avanzados. No podemos ceder ante la dictadura china. Cuando Xi acosa a Taiwán nos acosa a todos.
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