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TINTA DE VERANO

Publicado: 10 dic 2025 - 03:40

Opinión en La Región
Opinión en La Región | La Región

Según la mitología griega, Zeus soltó dos águilas desde extremos opuestos del cielo y ambas se encontraron justo en Delfos, un punto simbólico que se marcó con el “ómphalos” (la piedra umbilical). Allí, se construyó un santuario donde se rendía culto a Apolo, el dios de la razón, la armonía y la profecía. De acuerdo con la tradición, el oráculo de Delfos inspiraba los mensajes que la humanidad necesitaba para navegar las decisiones más difíciles.

La profecía era transmitida por la Pitia, una sacerdotisa que entraba en estado de trance al sentarse en un trípode situado sobre una grieta abierta en la tierra, desde donde emanaban vapores que la ayudaban a entrar en éxtasis. La médium hablaba con palabras enigmáticas, a menudo tan ambiguas que eran los sacerdotes del templo quienes tenían que interpretar sus mensajes para entregarlos a los consultantes.

Los tiempos han cambiado hacia un oráculo diferente, aunque el trípode ante el que se colocaba Pitia permanece y, posiblemente, también los efluvios que inspiraban su trance. Pero, lo más inquietante, es que haya quien lo escuche con la misma devoción que antaño se ofrecía a Apolo, aunque lo recibido ya no sea consejo, sino distracción prefabricada: profecías sin espesor, medidas en segundos de atención, más que en sabiduría.

Un algoritmo sin rostro susurra tendencias, modas instantáneas y desafíos absurdos. El “ómphalos”, reemplazado por el “like”, ya no revela misterios; más bien, reparte chispas de dopamina, para hacernos creer que formamos parte de algo más grande. Pero lo que expande no es armonía, sino ruido; no es una visión clara del destino, sino un flujo interminable de ocurrencias vacías que mantienen ocupada la mente, sin ofrecerle alimento.

Los griegos subían al monte Parnaso en busca de orientación para decisiones trascendentales: guerras, alianzas o fundación de ciudades. Hoy, millones abren sus pantallas para que un enjambre de vídeos les diga cómo vestir, qué bailar o qué imitar. Mientras Pitia era enigmática -porque su verdad era compleja- el oráculo actual escupe una simplicidad diseñada para ser rentable. Apolo exigía interpretación. TikTok demanda inercia.

El contraste duele más por la profundidad de su revelación: la cultura no se ha empobrecido por falta de dioses, sino por el exceso de comodidad humana. Se prefiere diez respuestas rápidas a una reflexión luminosa. Si Delfos era la cumbre donde los humanos ascendían para ver más lejos, TikTok es el abismo suave donde ahogar la mirada. Ahí, lo trivial asciende como si fuera sabiduría popular, mientras lo grotesco se vuelve un entretenimiento multitudinario.

Los enigmas de Delfos despertaban la mente; el oráculo algorítmico nos ofrece estímulos para adormecerla. En este mundo que presume de las mayores cotas de libertad alcanzadas, irónicamente, se vive cada día más condicionado por una fórmula matemática que decide lo que merece atención. No habrá cultura posible si entregamos nuestra capacidad de elección a una pantalla que busca retenernos antes que iluminarnos.

Por todo ello, la pregunta no es qué profecía cabe esperar de este oráculo moderno, sino qué estamos dispuestos a sacrificar ante él. Donde los antiguos griegos le ofrecían laurel y gratitud, la humanidad actual parece entregarle su tiempo y su criterio. Así, mientras seguimos deslizando nuestro dedo hacia abajo, la decadencia cultural no adviene como un cataclismo: es una sucesión infinita de clips que nos convencen de que pensar es opcional.

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