Plácido Blanco Bembibre
HISTORIAS INCREÍBLES
Navidad o la fragilidad de Dios
Hace tiempo conocí a una persona que tenía la risa como excepcional carta de presentación. La dejaba resonar libre y sin complejos ante cualquier situación. Parecía que nada podía oscurecer sus días y que su particular mundo era un mundo feliz, sin espacio para la amargura. ¿Cómo lo haces?, le pregunté alguna vez. “Es fácil, solo hay que llevar las cosas con alegría”, me respondió. Y quise ser ella cuando algún nubarrón amenazaba con posarse sobre mí. Después nos perdimos de vista. Pasado algún tiempo supe que se había suicidado. Aparentemente cuando todo era más perfecto. A ojos de los demás. Desde su mirada intuyo las terribles luchas que la tuvieron en alerta perpetua y las oscuridades que la atraparon hasta no poder seguir.
Aprendí entonces una lección. La depresión ofrece distintos trajes para taparse a quien la padece. No siempre es un llanto incontrolado o una profunda tristeza que no te deja salir de casa. A veces es una alegría desbordante, antinatural, hasta absurda, que busca engañar a los demás, hasta que ya no puede ser.
Es agotador caminar cargado con el dolor y los estigmas que provocan los trastornos de la salud mental. Para esquivar miradas, frases de incomprensión o señalamientos, hay quien opta por enmascararlos en sus antagónicos.
Porque la salud mental cuesta la vida, aunque sigas respirando.
Aunque parece que algo está cambiando. Que vamos quitando los pesados y oscuros velos que silencian la depresión o la ansiedad. Ahí están las redes sociales, los populares rostros que dan sus testimonios. El último, Chris Martin, el vocalista de Coldplay, quien además se atreve a ofrecer varios consejos.
Ahora se habla. Eso es bueno. Aunque con cautela. No hay que perder de vista que las palabras son poderosas, y por eso es indispensable saber cuándo, cómo y dónde colocarlas. Mercedes Navío, doctora en Medicina y Neurociencias y coordinadora de la Oficina Regional de Salud Mental de Madrid, afirma en una entrevista que “hace años era impensable que la salud mental tuviera la presencia en el debate público que tiene hoy, pero creo que no debemos abandonar cierto equilibrio para no caer en una banalización. Corremos el riesgo de que cuando todo es salud mental nada lo acabe siendo”.
Ahí toca pensar. Porque estar triste no es tener depresión. Ponerse nervioso no es padecer ansiedad. Tener miedo en determinadas circunstancias no se parece en nada a un ataque de pánico. Conviene hablar, pero solo si se sabe de qué se habla. La salud mental no se puede permitir frívolos mensajes para captar seguidores, likes o arrancar aplausos. No puede admitir un ruido que confunda y desvíe la atención sobre el agónico problema. Necesita poner el foco sobre el sufrimiento que causa y sobre la necesidad de una atención médica pública de calidad.
Porque la salud mental cuesta la vida, aunque sigas respirando.
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