Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
CRÓNICA INTERNACIONAL
Una “bomba realmente grande” ha estallado en Washington y muchos analistas se han apuntado al “ya lo había vaticinado yo” y al “se veía venir”, porque se trataba de la relación entre dos personas que aúnan un ego fabuloso producto de sus éxitos empresariales y políticos, que han chocado porque sus intereses en un momento determinado se han separado. Si el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el hombre más rico del mundo, Elon Musk, hubieran mantenido su entente político-económica los mismos habrían dicho que se trataba de una relación inmutable producto de intereses comunes. Pero la relación ha saltado por los aires cuando Elon Musk ha terminado de romper los puentes lanzado una acusación gravísima contra Trump, al situarle como usuario de la red de pederastia montada por Jeffrey Epstein.
Trump no sale de su asombro porque el motivo formal de la ruptura, la ley fiscal que pretende implantar Trump, no es de su beneplácito al considerar que agravará el problema de la deuda pública y el déficit público con el efecto añadido de que dejará sin cobertura sanitaria a once millones de personas y que perjudica a sus empresas. Lo que para Trump es una ley “grande y hermosa” para Musk es “una abominación repugnante”.
Elon Musk, de la mano de Trump, al que ayudó a llegar a la Casa Blanca con ayuda financiera directa y con la potencia manipuladora de las redes sociales que controla, consideraba que tenía que disfrutar de la parte alícuota del éxito de Trump sin presentarse a las elecciones, y sin formar parte del Gobierno de EEUU, lo que le ha valido enfrentamientos con distintos secretarios de Estado por las intromisiones del magnate.
En efecto, como dicen los africanos, el Despacho Oval de la Casa Blanca se había convertido en una charca muy pequeña para que convivieran en ella dos cocodrilos
Elon Musk ha apostado dos veces, una a favor de Trump y otra en contra, y en ambas su imperio económico se ha visto resentido. En el primer caso porque al pasar la motosierra por el empleo federal con la intención de disminuir el gasto público se ha puesto en contra a muchos de sus correligionarios hipermillonarios y a muchísima gente que ha respondido decretando un boicot a la compra de sus coches, lo que ha producido una caída de sus ingresos, lo que está en el origen de su deseo de apartarse de la primera línea política.
En el segundo caso vuelve a perder, porque la reacción del presidente de EEUU ha sido amenazarle con rescindir los numerosos y cuantiosos contratos que sus empresas mantiene con la Administración republicana, como los relacionados con la investigación espacial a través de SpaceX y con un golpe directo al mentón al asegurar que la mejor forma de ahorrar dinero sería mediante la supresión de esos contratos, cuando, precisamente la reducción del gasto a través del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) era su misión, en la que Musk ha fracasado por que no ha cumplido sus ambiciosísimos objetivos de reducción del gasto público aunque por el camino ha dejado a decenas de miles de personas en el paro y ha acabado con programas que ayudaban a sobrevivir a mucha gente en distintas partes del mundo.
En efecto, como dicen los africanos, el Despacho Oval de la Casa Blanca se había convertido en una charca muy pequeña para que convivieran en ella dos cocodrilos. Al menos una de las lecciones que se pueden extraer del enfrentamiento entre Trump y Musk es que el poder político mantiene la preeminencia sobre el económico.
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