Valente: cerca del esparto

LA BELLEZA SIN TESTIGOS

Publicado: 31 ago 2025 - 00:10 Actualizado: 05 sep 2025 - 14:38

José Ángel Valente na praza madrileña de Santa Ana e recibindo o “Príncipe de Asturias” con Carmen Martín Gaite (1988).
José Ángel Valente na praza madrileña de Santa Ana e recibindo o “Príncipe de Asturias” con Carmen Martín Gaite (1988). | La Región

La pequeña crónica local discutirá el mayor o menor aprecio de José Ángel Valente por Ourense, su ciudad natal. También en sentido inverso. La última Premio Nacional de Poesía, la ourensana Chus Pato, lo ha recordado poniéndole en el lugar de los orígenes de su personal poética, en pie de igualdad con otro ourensano, Xosé Luis Méndez Ferrín. Hay gestos y hechos que, con un susurro, desmontan las leyendas. En el cementerio municipal de San Francisco, yacen los restos de Valente, traídos por voluntad expresa del poeta desde Ginebra, donde falleció en el año 2000. No sólo él. Años antes, allí también quedaron depositadas las cenizas de Antonio, el hijo de Valente. Un discreto panteón familiar, sin apenas inscripciones. No, desde luego, las del poeta, que incluso para la posteridad buscó una dispersión de objetos y pertenencias que son como una presencia plural de raíces y afectos: enterrado en Ourense, su biblioteca y objetos particulares en la Universidad de Santiago de Compostela y la casa de los últimos años, en Almería, convertida en un incierto museo. En Ourense, pertenece a una comunidad de ilustres inadaptados: José Suárez, Blanco Amor, Celso Emilio.

En Cántigas do Alén, escribió Valente: “Alongarme soamente foi o xeito de ficar para sempre”. Un poeta exquisito, un intelectual sensible, que trazó su peculiar trayectoria circular, sin aspavientos de terruño, una mirada alzada a lo esencial. En Almería también le preguntaban por sus orígenes y, casi con las mismas palabras del poema, Valente contestaba: “Soporto con dificultad la idea de un regreso. Irme fue mi modo de quedarme para siempre. Galicia es para mí el territorio sin límites de la memoria. Y en ese sentido Galicia me condiciona, me impone un sentimiento contradictorio, que es el sentimiento del regreso y a la vez el sentimiento de que el regreso no existe. No se regresa nunca”.

Los itinerarios físicos de Valente apenas ilustran el rigor y la extrema seriedad de su palabra. Tras ver la luz el 25 de abril de 1929 en Ourense y vivir en ella hasta su marcha a la universidad, a Compostela, serán después Oxford, Ginebra, París o Almería los lugares de sus tránsitos vitales. Son, salvo quizá esta última, la capital andaluza, corazón sufí de la península ibérica, lugares más o menos arbitrarios en la creación de Valente. Si la casa en el casco antiguo, árabe, de Almería, con vistas a la alcazaba, fue un lugar buscado a propósito por la tradición mística musulmana y los paisajes de la provincia, es algo que Juan Goytisolo hubiera podido explicar y también quien, andando el tiempo, sería ministro de Cultura, su amigo José Guirao. Tereixa Constenla, la aguda periodista gallega de El País, lo encontraba en Almería, “alérgico al poder y lejos de las alfombras y cerca del esparto”, que es una forma bella de expresar un estado del alma. En La Voz de Almería, Valente decía: “Se sube hacia la sombra y se desciende hacia la luz. Parecería ése un sentido obvio del descenso hacia el Sur”, y quizá también, añado yo, del regreso último al origen. En Almería, Valente no solo encuentra un lugar apartado e inspirador. Descubre un paisaje, el desértico de Tabernas y el cabo de Gata, también el histórico urbano de la capital; y una realidad social, la del barrio de La Chanca, y hasta el flamenco. Visiones y entregas apasionadas que comparte con Goytisolo o los fotógrafos, Manuel Falces entre ellos.

Las residencias lejanas de Valente nunca fueron un obstáculo para su presencia constante y cercana. En la Generación del 50, que denostaba –“Ni en el vivir ni en el beber tuve nunca nada que ver con ese grupo”-, o en su relación con la tradición poética del 27 y en los poetas y temas escogidos para su propia meditación:

Las residencias lejanas de Valente nunca fueron un obstáculo para su presencia constante y cercana. En la Generación del 50, que denostaba –“Ni en el vivir ni en el beber tuve nunca nada que ver con ese grupo”-, o en su relación con la tradición poética del 27 y en los poetas y temas escogidos para su propia meditación: San Juan de la Cruz, el “quietismo” de Miguel de Molinos, la cábala, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, y el arte. De Chillida a Oteiza y de Saura a Tápies, Valente supo ser un intérprete para los artistas que ejecutan su obra en la intuición, en el instante y el silencio de la mirada. “La palabra poética -escribió Valente- ha de ser ante todo percibida no en la mediación del sentido, sino en la inmediatez de su repentina admiración. Poema querría decir así lugar de la fulgurante aparición de la palabra (…). La palabra está grávida de significación”.

Los pintores y escultores se entendieron con Valente. Encontraron en él inspiración o una prolongación expresiva de su arte. “Escribir es una aventura totalmente personal. No merece juicio. Ni lo pide. Puede engendrar, engendra a veces en otro una volición, una afección, un adentramiento. Otra aventura personal. Eso es todo”, escribió Valente. En el ámbito gallego, Antón Lamazares lo tuvo presente en el desnudo díptico Cruz desconocidos y Cruz zoqueiros. “Tú duermes en tu noche sumergido. Estás en paz. Yo araño las heladas paredes de tu ausencia. (…) Ceniza tú. Yo sangre”. Son versos de Valente que Lamazares ha recordado que lo abrigaban en sus jornadas más ásperas.

Lo recibieron Antón Patiño y Berta Cáccamo. Ésta visualizaba los libros de Valente dando vueltas por su estudio: los poemas y los ensayos de Las palabras de la tribu. Uno de sus cuadros, Material Memoria (1990-1991), portaba este título por el del poemario de Valente de 1979 y el fotógrafo Manuel Vilariño, además de conocer al poeta en una de sus exposiciones en Ginebra, en 1992, llevará más adelante sus pájaros muertos tras leer Paisaje con pájaros amarillos de No amanece el cantor. En fin, la muerte de Valente sorprendió el trabajo pensado, emprendido por el poeta ourensano y el pintor Leopoldo Nóvoa en la casa de éste, en el paisaje de Armenteira, el monasterio y su abad, Ero: una imagen recurrente en el arte gallego.

Relaciones de ida y vuelta, entre el poeta y los artistas, donde existe la aspiración a un estadio superior de comprensión y expresión. Será en la relación de Valente con Antoni Tápies donde el primero sintetiza su visión del arte y en la que ambos creadores alcanzaron la común sintonía y hondura reflexiva. En Cinco fragmentos para Antoni Tápies, escribe Valente: “Quizá el supremo, el solo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder; es un acto de aceptación o reconocimiento. (…) Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación. Si no forma absoluta de sí. Un día –dirá Tápies- traté de llegar al silencio”.

Se ha etiquetado a Valente con las fórmulas del misticismo, de una expresión poética hermética, cabalística también. Es bueno acercarse a él con la mente abierta, en la búsqueda de lo sencillo y esencial y recordar: “La palabra poética ha de ser ante todo percibida en la inmediatez de su repentina admiración”. Como en el Cántico de Dante, donde se nos recuerda que el arrobamiento precede al conocimiento, Valente nos dice, siguiendo a Miguel de Molinos, “nunca te quieras satisfacer en lo que entendieres, sino en lo que no entendieres”, y nos muestra una pista para comprender y para acercarnos sin apresuramientos y con la actitud debida: “En la tradición china, la edad de un niño se contaba, no a partir de su nacimiento, sino de su concepción. También el poema nace al comenzar una larga gestación previa a la escritura exterior”.

El 3 de septiembre de 1998 le detectan a Valente un tumor gástrico que, al año siguiente, lo llevará a la muerte. Es una puntual, única entrada en su Diario anónimo; una de las muy raras concesiones que se permite sobre sí mismo. Algunas más, cuatro o cinco a lo sumo, sobre la dramática desaparición de su hijo Antonio en junio de 1989 y el dolor, persistente y punzante, que aflora en los momentos más imprevistos. No hay más. El resto de las 350 páginas del Diario son casi el libro de citas que Walter Benjamin imaginó: el judaísmo, Goethe, Zaratustra, Heidegger, Aleixandre, Celan, Max Frisch, el Bosco, Baudelaire, Orwell, Giner de los Ríos, María Zambrano …

El 14 de enero de 1979 escribió, citando a René Char: “Un poeta debe dejar indicios de su paso, no pruebas”. Y pocas líneas después: “Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar”. En Ourense, si esto fuera relevante, debieran tenerlo en cuenta para disfrutar aprendiendo en la intimidad del poeta, del ensayista y del intelectual de “la palabra abierta”.

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