El ventanuco de la calle de la Primavera

LA CIUDAD QUE TODAVÍA ESTÁ

Publicado: 17 dic 2025 - 05:50

Opinión en La Región
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Es en lo anecdótico donde se advierte todo lo demás. Lo pequeño nos habla de lo grande. Uno querría coleccionar estas promesas de totalidad para coserlas entre sí y tejer fantasías hermosas, desprendiéndose de todo lo feo que se queda pegado a la superficie. O, quizá, transformar la mirada a través de un conjuro personal y silencioso. Una suerte de milagro privado para conseguir ver sólo lo hermoso, equilibrando lo desequilibrado, separando el horror de lo rescatable sin necesidad de integrar la catástrofe y perdonarle la vida. Porque estas capsulitas de belleza tienen la capacidad de curarnos, como dosis controladas que transforman el cuerpo entero.

El trato de una ciudad a lo pequeño es también su idea de la totalidad. Como decían los sabios, la idea se convierte en pensamiento, el pensamiento en acción, la acción en hábito y el hábito en carácter. En esta Auria nuestra, de carácter más bien apocado y de poco pensamiento, lo fragmentario también es sinónimo del todo. Para lo malo y también para lo bueno. Por eso, sus paseantes del ahora mismo, la microbiota de este organismo-ciudad, nos vamos sujetando en los detalles marginales, que podemos aún reconocer, porque los vivideros son la horma de los vivos. Estamos cocinados en este lugar y queremos -más bien necesitamos- reconocerlo y reconocernos en sus ángulos mejores, porque lo rescatable también nos rescata a nosotros.

Si uno soñaba con estar al otro lado del ventanuco y filosofar mirando la calle, ahora sólo querría lanzarles dos buenas piedras y devolver a este rincón la paz aldeana de la noche.

Por eso este ventanuco. Este rincón en un rincón. Un pedacito de ciudad que es toda la ciudad. Está en la esquina de la calle Primavera con Bailén, en lo que fue el palacio del obispo y ahora museo arqueológico, si algún día terminan las obras y la ciudad sigue teniendo a bien disponer de un museo. El ventanuco, en una esquina del muro-tapia que baja con un río subterráneo, es menudo y simpático, con un leve arquito de tiempos pasados y dos junquillos que parten el cristal en cuatro. Lo recuerdo de negro mucho tiempo, ahora lo han pintado de blanco. Podría ser color mostaza o fosforito, porque en esta ciudad no parece regir ningún código de colores y cada uno puede elegir entre su infinito mal gusto y siempre tendrá el beneplácito del arquitecto municipal. Está en un primer piso, vigilando hacia arriba, cerca del portalón que se abre a la calle. En la reforma de ahora han abierto una puerta que tenía cegada y la han duplicado de tamaño, dejando al pobre ventanuco medio solitario y cogido de fríos, como si le hubieran levantado el refajo entero. Un hueco que han cerrado con una horrible puerta-rejilla de metal, ocultando alguna cacharrería electrónica que refulge de leds verdes y que los arquitectos/promotores/terroristas no han tenido mayor talento de esconder con mejor fortuna. Un pequeño crimen. Y no solo ellos han manipulado este pequeño rincón. También han cambiado recientemente las bombillas de las dos hermosas farolas históricas que salen de ambas esquinas del muro. Antes daban una luz ambarina, acogedora, amable con los pensamientos y los ritmos circadianos. Ahora son dos flashes de luz blanca y fría que han asesinado el feng-shui del lugar para siempre. Si uno soñaba con estar al otro lado del ventanuco y filosofar mirando la calle, ahora sólo querría lanzarles dos buenas piedras y devolver a este rincón la paz aldeana de la noche. Por eso convienen tanto estos enamoramientos pequeños, porque los desencantos llegan enseguida y nos roban manzanas enteras, parques completos, catedrales. Tendremos entonces que encontrar un nuevo recoveco al que rendir confidencias, al que pedirle perdón por la torpeza humana e imaginar que todo podría ser distinto. Hermoso y distinto.

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