Pilar Cernuda
LAS CLAVES
Sánchez, cuestionado por los suyos pero inamovible
España pierde población. Los índices de fecundidad se desploman y el envejecimiento sube exponencialmente. Le llaman el invierno demográfico.
Pero hoy no estamos solos en el mundo y las previsiones, que en este tema no suelen fallar, nos dicen que a mitad de siglo en España seremos unos 53 millones de personas de las cuales alrededor de 18 millones serán nacidos en el extranjero. Eso nos salvará.
Vengo de visitar a un buen amigo que tiene una preciosa casa en uno de los rincones más bellos de España: las Rías Bajas; el nombre no importa, todas son igual de atrayentes.
Galicia está de nuevo envuelta en las infinitas gamas de color verde que ya no recordaba. Alguien cambió la paleta durante algún tiempo y ahora, aunque despacio, parece que de nuevo afloran las tonalidades de un paisaje que no todos han entendido. Siempre fue el verde, en sus matices, un color difícil de entender y trasladar a lo cotidiano. Es el gran ausente de muchas paletas por la dificultad técnica de crear un color que solo se muestra tal como es cuando surge del fondo de la tierra, donde fabrica su belleza.
No hagamos muchas previsiones demográficas por ahora. Hasta que terminen las guerras.
Verde quizá sea lo que les cuento, pero el humor y el sentido de la anécdota que he vivido con mi amigo me ha llevado a compartirla con ustedes.
Mientras esperábamos para cenar me enseñó su casa. Al llegar al dormitorio observé que un enorme crucifijo presidía la entrada y a los pies del mismo un reclinatorio invitaba al rezo. Ante el gesto de extrañeza mi amigo me recordó que la mayor parte de los muebles de la casa eran una herencia de su abuelo. El crucifijo y el reclinatorio siempre estuvieron en el dormitorio y él quiso respetar la tradición familiar. Sus abuelos tuvieron doce hijos. Todas las noches, antes de irse a la cama, su abuelo se arrodillaba en el reclinatorio y se dirigía a la imagen del Crucificado repetiendo la misma oración:
“No es por vicio ni por fornicio, sino para tu Santo beneficio”.
El hecho de que España tenga un índice de fecundidad inferior a 2 por mujer (fecundidad de reemplazo), supone que no se garantiza una pirámide de población estable. Solo la llegada de extranjeros nos garantiza el crecimiento, pero no se resuelve el de concentración en los grandes núcleos urbanos y el despoblamiento de las pequeñas ciudades y del mundo rural.
Decididimos no tener hijos. ¿Por qué? No es una decisión libre sino obligada por las circunstancias. Díganme quién es el guapo que tiene hijos cuando no hay vivienda, la que hay es muy cara y su espacio no da para tener familia numerosa. Los sueldos menos y la conciliación familiar y laboral un imposible.
Los hijos no son un estorbo sino una bendición. Estorban las políticas y los políticos que no legislan para poder tenerlos con las máximas garantías de libertad y desarrollo para la madre y el conjunto familiar.
¿A quién le importa? Mejor guardo silencio y termino con sentido del humor: “Ni por vicio ni por fornicio…”, aunque de eso andamos sobrados y es lo políticamente correcto.
Qué razón tenía aquel que decía que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió.
Ahora se pone más difícil adivinar lo que viene porque estamos envueltos en una niebla tan densa que no se sabe si es debida a un fenómeno meteorológico o es el humo de la pólvora de una insostenible guerra que algunos no quieren terminar.
No hagamos muchas previsiones demográficas por ahora. Hasta que terminen las guerras.
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