El vino, la calefacción interior

Publicado: 23 mar 2025 - 00:20

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Vivimos en una época extremadamente cauta y recelosa en relación con los efectos que el vino ejerce en la salud. Los médicos han multiplicado sus advertencias sobre la nocividad de la bebida en los últimos lustros. Quizá por ello sorprenda que alguien recuerde que, hasta hace pocas décadas, y desde tiempo inmemorial, el vino ha gozado en nuestra civilización de prestigio por sus pretendidas virtudes saludables, y medicinales incluso.

Nuestros menciñeiros rurales lo empleaban en sus recetas como ingrediente terapéutico. En manos de los paisanos, algunas de las recetas de estos curandeiros o meigas benéficas, iban a parar a la botica del padre de Cunqueiro, en Mondoñedo, quien sabía por experiencia que sólitamente incluían el vino como un componente importante, generalmente el tinto, que era el más abundante y popular. Desde finales del siglo XIX, y hasta el comienzo de la década de 1970, hubo en el mercado vinos quinados que llegaban a alcanzar los 15 grados y se presentaban como medicinales, como podían ser el Kina San Clemente, el Sanson o el Santa Catalina (“Que es medicina y es golosina”), en cuyas etiquetas campaban las rúbricas de médicos afamados. Fueron sus mayores beneficiarios los niños debiluchos y las mujeres después del parto. Más tarde, a partir de la década de los setenta, pasaron a reputarse como meramente reconstituyentes y aperitivos.

Nuestros menciñeiros rurales lo empleaban en sus recetas como ingrediente terapéutico.

Pero eso no fue todo. Otra de las funciones desempeñadas por el vino, que mucho agradecieron los frioleros de antaño, quienes frecuentemente lo eran por disponer de escasas calorías en sus cuerpos precariamente alimentados, y por tener los menesterosos -que eran muchos, en realidad, la mayoría- escasas prendas de abrigo. La historia de Galicia ha sido protagonizada por gente vulnerable temblando de frío. En su mayoría, personas corrientes que lo padecían tanto por la poca ropa que tenían (en muchos casos unas únicas prendas que debían teñir, por no disponer de otras en caso de tener que guardar luto), como por la vivienda mal acondicionada y el inclemente tiempo invernal que no perdonaba. Antes menos que ahora, según parece. El vino representaba la calefacción interior, no solo un conforto que protegía del relente, sino también un recurso energético que daba fuerzas para salir por la mañana temprano a trabajar en el campo en días de helada. Todos se hallaban persuadidos de que prestaba mejor auxilio si procedía de viñas antiguas, como proclama un proverbio: “El vino de cepas viejas calienta hasta las orejas”.

No hay duda de que el vino y las bebidas alcohólicas en general han sido siempre el expediente al que se recurría para levantar los ánimos y combatir el frío. Hay un viejo chiste que lo ilustra muy bien: Caminan dos sujetos por la nieve pasándolas canutas cuando divisan a un perro San bernardo con su tonelito de ron atado al cuello, que viene hacia ellos con un alegre y misericordioso trotecito. Los dos se sienten dichosos, y uno de ellos comenta: -Ahí viene el mejor amigo del hombre. Y viene con un perro.

No hay duda de que el vino y las bebidas alcohólicas en general han sido siempre el expediente al que se recurría para levantar los ánimos y combatir el frío.

Pero no solo era útil en calidad de recurso contra el recio frío del invierno; en la estación contraria, tomado fresquito (puesto en el lavadero bajo el agua que manaba ininterrumpidamente del grifo) obraba como un práctico refresco en los cálidos días del estío.

Los griegos antiguos le dedicaron un dios, Dionisos (Bacco, en el panteón romano), muy dado al goce de la bebida e incluso a la embriaguez, e irreductiblemente contrapuesto al también olímpico Apolo. Un divino dueto inspirador de la categoría bipolar nietzscheana que contraponía lo báquico y hedonista, con lo apolíneo y racional. En esta vida hay que decidirse: o se es de uno, o de otro.

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