LA OPINIÓN
El día que Jesús Gil fue inocente
DEAMBULANDO
Todas las religiones se apoyan en el mito; precisamos algo fabuloso para asentar nuestro credo, pero si de fabuloso se trata nada más, o paradigma de ello, que el de la virgen de Fátima, que aquí mismo mueve a miles de fieles, un relato tratado de forma, se me antoja que hasta poética, por la pluma de Manuel Vincent, en el diario El País hace una veintena de años, al cual relato accedí por indicación del desaparecido amigo Tonecho Gonzáles Suárez. Lo que se tuvo por aparición no fue más que un cuento de hadas adobado por la fe del carbonero unido a la ignorancia de aquellas ingenuas gentes, como suele acontecer en estas apariciones, generalmente a analfabetos, como esos tres pastorcillos que vagaban por entre pastos y olivares en Cova de Iría, en las inmediaciones de Fátima. Era una fragante primavera de 1917.
Vincent , como se dijo, se encontró con la virgen de Fátima por casualidad en el café la Brasileira, de Lisboa, en la barriada del Chiado, aquel que frecuentaba Pessoa después de su trajín en las oficinas lisboetas de A Baixa
El escritor valenciano, en un café de Lisboa en un fabuloso relato de cómo había acontecido todo, que empezó cuando Mary Wilkins, a la que allí conoció, que así se llamaba la por entonces hermosa mujer, alta, rubia, vestida de blanco siempre, con un chal azul, que paseando por las inmediaciones de los olivares de Cova de Iría iba cogiendo flores silvestres y respirando los aromas de jarales y margaritas; sorprendida por una tormenta hallaría refugio, subiéndose al grueso tronco de un olivo cuando estalló un potente rayo seguido de un estruendoso trueno que iluminó la escena deslumbrando a Lucía, Francisco y Jacinta, que pastoreaban a unas cuantas ovejas y algunas cabras y las reunían para llevarlas al aprisco cuando se produjo esa deslumbrante aparición de una dama toda de blanco y velo azul cuyos cabellos más rubios que rojizos que se expandían al viento iluminados por el resplandor. Creyeron ver a la misma Virgen, porque les recordaba a la de Murillo en la parroquial de Fátima.
Al principio los pastorcillos quedaron deslumbrados por la que ellos creían aparición, y fue así como concertados para otros encuentros se aparecería la bella inglesa contándoles cuentos que aquellos tres, henchidos de fe, fueron a exponer al obispo las apariciones que supusieron el comienzo de una peregrinación millonaria de fieles. Hasta muy recientemente la Iglesia no avalaría el milagro porque precisaba de varios, ¿reales? o inventados para certificar el evento.
El teólogo Martín Patiño dijo en su día que Dios podría haberse valido o servido de una bella mujer para obrar el milagro. Los curas, por entonces, recomendaron a los pastores ayunos y abstinencias incompatibles con la vida que hicieron perecer en 1919 (dos años más tarde) de pleuresía y neumonía a Francisco y Jacinta. Eran los tiempos de una república laica, que había que contrarrestar con multitudes de fieles.
Vincent , como se dijo, se encontró con la virgen de Fátima por casualidad en el café la Brasileira, de Lisboa, en la barriada del Chiado, aquel que frecuentaba Pessoa después de su trajín en las oficinas lisboetas de A Baixa. Era la misma Mary Wilkins, la otrora bella y elegante inglesa. Fue allí donde le contó lo de la aparición mariana esta ya anciana mujer que todavía conservaba su elegancia y hacía entrever los rasgos de una belleza que se había ido, la cual empezaría el relato más o menos cómo se expone, entre el aroma a chocolate y el sabor a bizcochos.
Vincent quedaría deslumbrado por los modos exquisitos de aquella mujer temblorosa en su senectud que aun paseaba sus pasados encantos por las inmediaciones de la plaza del Rosío en aquellos 80 cuando cinco años antes la revolución de los Claveles hizo más popular esta plaza donde se focalizó un nuevo Portugal lejos de la dictadura salazarista del Estado Novo. Fátima, en la que mucho se apoyó el antiguo régimen, continuaba su progresión y el aval pontificio para ser declarada santuario universal con el mito como gran base. Es que de mitos vivimos: la nación fundacional es un mito, el dinero otro, las religiones ni te cuento… y de mitos se alimenta hasta la parte más racional de la humanidad. Véase si no el del Camino de Santiago con miles de peregrinos a Compostela, o de romeros a Roma, o de palmeros a Jerusalem.
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