"Una voz tendida entre las piedras"

Publicado: 28 jul 2024 - 00:30

Cuando ella viene por estos lares, es inevitable que escriba sobre su show. El miércoles, allá en el monasterio de Celanova, todo fue pasión y hechizo. Y lágrimas que resbalaron por algunos rostros. El recinto a reventar. Como ella dijo, el lugar no necesitaba ningún adorno, ningún atrezo. La majestuosidad de la piedra y la grandeza del lugar eran suficientes. Más puesta en escena sería un insulto.

He visto conciertos de Luz pero, cómo te diría, el miércoles fue como si regresase a sus orígenes buscando su lado más roquero, sus primeras canciones. Como si buscase volver a caminar de la mano de ‘seu pai’ por las praderas de Boimorto o entre los manzanos de Asturias donde creció.

Su aparición en escena, su caminar casi alado hacia el micro, era ya el anuncio de una noche llena de duende. Porque ella en sus conciertos siempre va más allá, como si quisiera sacudirnos, soplarnos y librarnos de las tristezas que nos acosan. Allí estaba Luz, sola, de negro y con destellos brillantes. Elegancia deslumbrante pero discreta, como es ella. Cubría todo el escenario. A lo largo de la noche, extendió los brazos hacia el universo, los dispuso como si nos abrazase humanamente hablando. Incluso, sacudió la cabeza con tal energía que parecía decir: “Meigas fora”. Una sacerdotisa reivindicativa.

Hubo un momento absolutamente mágico. Un ejercicio sanador cuando, avanzado el concierto, interpretó Un nuevo día brillará. Luz lo repitió como un mantra. “Quiero ver el rojo del amanecer / Un nuevo día brillará / se llevará la soledad / Quiero ser el rojo del amanecer / El sol de nuevo brillará / se llevará la soledad / que en mí se quiere instalar”. Lo repitió dos, tres, seis, siete veces; todo el mundo cantando y, cierto, podría haberlo alargado hasta el juicio final. Como si por ‘las ventanas de nuestra alma’, salieran las aves maléficas que nos habitan. Ay, Luz que conoce el dolor, tiene el poder de contagiar la fuerza para erguirse.

Verdad, todo lo que necesitas es una mano tendida. Sabrá el hermano lector que durante sesenta días de la larga pesadilla de la pandemia, Luz se instaló en Málaga y se dedicó a la solidaria labor de atender más de dos mil llamadas telefónicas de personas con las que dialogó, a las que escuchó e incluso confortó. Esta experiencia la llevó a incluir en su concierto una llamada en directo. Una silla en el medio del escenario. Alguien aleatoriamente llama, siempre un admirador, y ella entabla una conversación sobre la vida.

Intermitentes, llegaron las canciones que nos estremecieron. Cielo santo, qué desnuda interpretó Piensa en mí. Y, en un silencio sepulcral, una oración: Negra sombra. Una gran banda la acompañaba. Más bien, la cobijaba. Inevitable nombrarlos. Tino di Geraldo, curtido en mil batallas. Los guitarras Toni Carmona y nuestro paisano Jorge F. Ojea, que se largó un riff escalofriante. Al bajo, Peter Oteo, un vértigo. Y al frente, el pianista José María Baldoma, sin comentarios.

(Hermano lector, nos veremos en septiembre. Llevo mis deberes. Uno: escribir sobre el libro de mi querido Silverio Tallón, ‘O foie gras. Unha historia de gansos’, su obsesión. Dos: atreverme a escribir sobre ‘Viriatos’, el libro de mi paisano Antonio D. Ferro que temo y siento peligroso. Y, sin más, mi despedida favorita: “Hazme el favor de ser feliz”).

Contenido patrocinado

stats