Opinión

El yihadista pijo

Todos hemos visto el vídeo, supuestamente grabado en Siria, en el que dos tipos amenazan a España en nombre de Alá. Y hablando español. Qué bien hablan español todos los enemigos de España. Parece increíble que tantos años después de salir corriendo de Iraq todavía quieran matarnos. A lo mejor es que no era Iraq. A algunos les ha cogido por sorpresa. A mi lo que me encandila es la puesta en escena. De pronto, me ha recordado a la eficacia y seriedad de los GAL. Extrañas conexiones mentales.

En el vídeo vemos a dos yihadistas, pero hay tres. A no ser que le hayan atado al gato la cámara, cosa que no es descartable teniendo en cuenta las dificultades que demuestra el camarógrafo para encuadrar y estarse quieto. El terrorista de la derecha podría haber salido hoy de La Moraleja. Tiene una voz dulce que se empalaga en las vocales, sonríe como un niño que se muere de ilusión por la oportunidad brindada, y lleva el pelo cuidadosamente recogido. La barba, bifurcada y enredada coquetamente en sus dos carámbanos pilosos. Y apostaría a que ese entrecejo ha pasado por las manos de un esteticista. Al sandunguero balanceo de su cuerpo, a esa cabeza ladeada y esa sonrisa de marihuana, y a esas frases entre silencios, sólo le falta algún “osssssea" para que realmente parezca grabado en una party ibicenca. Al brotar de su boca ese gozoso “Estamos en la Tierra Santaaaa, estamos Siriaaaa…”, se muerde los labios para no soltar “¡te lo juro por la mirilla de mi Kalashnikov!”.

Ambos yihadistas se echan entonces una miradita cómplice y brillante, acompañada de un sonrisa enorme, que no aclara si están muy enfadados con España, o si no han respetado escrupulosamente lo de mantenerse alejado de las cosas del fumar y del beber. Por si su presentación no había quedado suficientemente cursi, introduce al “hermano” empujando a este con un cariñoso golpecito en la rodilla, y un tierno “¡venga hombre!”. Quizá tragándose la frase completa: “¡venga hombre, tontorrón, que es supertarde, jo!”.

El otro yihadista, más gordo, y reposado sobre un viejo sillón de dudoso gusto, comienza su discurso sonriente y educado, aunque pone voz grave y se calienta a medida que avanza. Llegado el momento cumbre, vocaliza para exclamar “y os digo: ¡España es tierra de nuestros abuelos!”. En ese momento el yihadista pijo muestra una extraña sonrisita, como si la mención a Andalucía le hubiera traído a la mente las bondades de las bellas mujeres sevillanas y el rebujito.

Lo típicamente español es tomarse a broma todo esto. Acostumbrados a terroristas islámicos degollando a infieles, que salgan dos tipos tan simpáticos a decir que van a matarnos, resulta más conmovedor que aterrador. El tono y la imagen no acompañan, y la mención a sus abuelos, de ser verdad, no hace más que añadirle un puntito melodramático difícilmente compatible con la violencia. No hay armas, ni rostros tapados, ni las negras banderas del ISIL. Solo dos ninis despatarrados en sendos sillones asegurando que España es suya y de Alá.

Es cierto que para conquistar España, en decadencia, en situación militar crepuscular, y sin ganas de pelear por nada, quizá no sea necesaria una acción conjunta de veinte poderosos ejércitos. O sí. Que nunca se sabe con los españoles. Pero que dos tipos crean que pueden barrernos sin moverse del sofá debería sugerirnos algo. Es verdad que el más grueso alude a que “morirá” por la causa, pero me cuesta imaginármelo reptando por los áridos caminos del campo andaluz. En cuanto a su colega, dudo mucho que se levante de su asiento si eso implica mancharse.

Si España puede hoy conquistarse desde un sofá es porque quizá ya ha perdido la batalla y no lo sabe. Cuna y lanzadera de terroristas islámicos, rara vez se ha tomado en serio la yihad, y debe ser el nuestro el único Parlamento del mundo que se permitió hacer bromas sobre la detención de islamistas. Cuando el PSOE entre carcajadas se burlaba de Aznar por haber detenido al Comando Dixán y preguntaba si el atentado se iba a producir “con detergente”. Llamazares, siempre brillante, satirizaba: “a este paso cualquiera que sea un poco moreno y que quiera colaborar en las tareas del hogar va a ser detenido por ustedes por ser miembro de Al Qaeda”.

Pero todo esto ocurrió antes del 11-M, cuando a medio Congreso le parecía graciosísimo que unos salafistas estuvieran intentando hacer “napalm casero” y que el polvo incautado en la operación fuera detergente. A los jueces les pareció menos gracioso y mandaron a los terroristas a la cárcel, porque se demostró que formaban una célula yihadista en España y que pretendían atentar aquí.

Años después, surge la tentación de quedarse en lo formal y reírse de estos dos, a los que cualquiera imagina tocando el cajón en un concierto de Estopa. Ocurre que mucho antes de que el yihadista pijo decidiera hacerse un Bin Laden con su iPhone, los salvajes islamistas que están crucificando, tiroteando y torturando indiscriminadamente en Siria y en Iraq, ya incluían en su particular mapa a España.

Podemos seguir en la burbuja bobalicona que inauguró el anterior inquilino de La Moncloa, o relajarnos en el temple inalterable de Rajoy, o condescender con la actitud del Obama de la Paz ante el nuevo califato islámico. Pero queramos saberlo o no, hay en Siria, en Iraq, y por supuesto en España, un montón de fanáticos que sueñan con nuestros hijos memorizando el Corán, con nuestras mujeres cubiertas y golpeadas, con nuestras iglesias quemadas, y con un montón de cristianos o apóstatas crucificados en una larga hilera desde Andalucía hasta el País Vasco. Con o sin risas, quizá el Gobierno debería estar ya liderando una acción global contra el terrorismo islámico, y contra ese califato bañado en sangre, que junto con la irresponsable estulticia de Estados Unidos hemos contribuido a crear.

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