Mudarse a Ourense: misión imposible

Oferta de piso en alquiler en la ciudad.
photo_camera Oferta de piso en alquiler en la ciudad.
La poca oferta, los precios y los requisitos de arrendatarios e inmobiliarias entrañan grandes dificultades a la hora de buscar piso en Ourense. Tengo 24 años y llevo un mes tratando de encontrar una vivienda de alquiler en la ciudad. Este es mi relato de una misión imposible.

Cada vez que repito a mis familiares y amigos “estoy buscando piso”, nadie contesta con una sonrisa, y es que la frase de tres palabras engloba una peripecia mucho mayor. Al conseguir mi primer contrato de trabajo en Ourense -a dos horas de mi casa, la de mis padres- me emocioné. Una ciudad con menos densidad de población que muchas de las otras capitales de provincia “podría convertirse en la gran oportunidad para vivir sola que llevo tanto tiempo esperando”, pensé. Pero estaba equivocada. Independizarse ha pasado de suponer una dificultad a suponer un lujo que no puedo alcanzar a mis casi 25 años.

Después de un mes buscando, la misión sigue siendo imposible. Tanto, que ya me he incorporado a mi trabajo y sigo comprobando día tras día que un salario que supera los 1.000 euros no es suficiente para tener un espacio digno, privado y cómodo al que poder llegar al final de la jornada. Eso a lo que comúnmente denominamos casa. La oferta, los precios y los requisitos convierten la búsqueda de piso en toda una odisea infernal. 

Oferta limitada

La primera semana me dediqué a seleccionar, por internet, los pisos que me gustaban de varias páginas distintas para organizarme las visitas. A estas alturas, todos los negocios se han digitalizado y disponen de los inmuebles tanto en sus propias webs, como en portales de alquiler. Según datos de Fegein (Federación galega de empresas inmobiliarias) en marzo había 250 pisos disponibles para alquilar en toda la urbe. Apartamentos que se ajustaran a mis circunstancias alrededor de 20, de 8 inmobiliarias distintas. 

El  20 de febrero, antes de saber si me contrataban, hago una lista del tipo: “Piso cocina amarilla, Couto”, precio, nombre de la inmobiliaria y teléfono. Llamo. Algunas no responden. Muchas me informan de que no cumplo los requisitos: “Necesitamos la nómina o el contrato de trabajo”. Otras me informan de que ya estaba reservado. Descarto y espero. Del trabajo todavía no me confirman nada. Recursos Humanos no funciona al mismo ritmo que la industria del inmueble.  

Después de una semana en la que me sale un sarpullido por los nervios, por fin el día 27 tengo la confirmación de que me contratan. Vuelta a empezar. Llamo y solo quedan 10, alguno de más de lo que me podría permitir.

Precios, ¿baratos?

El Observatorio da Vivenda de Galicia establece el coste medio del alquiler en Ourense en 435,7 euros, 100 menos de la mitad del SMI y 30 más de lo que pagaba por una habitación en el centro de Madrid. Sin embargo, el costo de un estudio o apartamento en el distrito centro, O Couto o As Lagoas no baja de los 450 euros. Teniendo en cuenta además que muchos de los precios en la ciudad no incluyen los gastos de comunidad, el esfuerzo económico es enorme. Tengo que renunciar a la mitad de mi sueldo. Aún así concreto las visitas para los días 2 y 3 y finalmente no puedo acudir por un imprevisto con el coche, se avería la correa de distribución.

Muchos requisitos con elementos en contra

Me invade la sensación de que “me los quitan”, como si me perteneciese algo que nunca tuve, y el agobio de sentir todo en contra.  El día 7 concreto las visitas para el 9, solo quedan 4. El primero, un apartamento en el centro, por 470 euros. Es un cuarto sin ascensor, los muebles viejos y un salón amplio con mesa camilla. La habitación con un crucifijo encima de la cama. “No quiero vivir aquí”, pienso. Aunque no me hace falta justificarme: “Se exige compromiso de un año para que no haya penalización” -lo cual es ilegal-, por ley la estancia mínima sin penalización son 6 meses.

El segundo es un estudio en el Casco Viejo, a pesar de su aparente abandono, por 550 euros y una única ventana en la habitación. Piden aval bancario, no podría ni aunque me gustase. El tercero se alquila mientras veo este y el cuarto ya me lo enseñan apalabrado. 

La carrera contrarreloj por ser la primera no es lo peor. A las 12 de la mañana estoy sumida en una “jet-stream” donde no sabes ni dónde es el siguiente piso, ni si te gusta tanto como para no desistir. Aunque tu opinión personal es lo de menos, los requisitos a cumplimentar: “Contrato de trabajo de un año, aval bancario, nómina de más de 1.200 euros -en algunos casos- y mascotas no”.

El 9 de marzo, ya no quedaban más apartamentos amueblados disponibles y el precio sigue al alza. Quedarse en un Airbnb 15 días en el centro de la ciudad no es una alternativa, puede llegar a costar 1.022 euros y los hostales cuestan más que la mensualidad de un piso. Me tendré que quedar en casas de amigos hasta nuevo aviso.

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