La Región
Cuando jugar se convierte en discriminar
“Madre mía, mi Santa Muerte te pido y te ruego con humildad me permitas llegar ante ti, en la hora y en el momento indicado, sin dolor, sin temor y con fe.”
(Oración mexicana a la Santa Muerte).
Tal día como hoy afloran mis recuerdos sobre mi estancia en México. Aquellos años plenos de sombras y escasas luces en los que fui desgastando mi juventud. En aquel país la muerte es un personaje alegórico omnipresente en toda manifestación cultural, desde el arte a la misma convivencia popular. Un pueblo que llega a santificar a la misma muerte, hasta crear una basílica, donde venerarla. Un culto de origen precolombino, en la que cada individuo creía en varias entidades anímicas, al contrario que los conquistadores castellanos que poseían un concepto unitario de veneración divina. Tras la conquista surgiría un sincretismo religioso hasta nuestros días, en el que se venera a la Virgen Guadalupe, mediante liturgia católica, y al mismo tiempo a la Santa Muerte, rito pagano con oraciones y ofrendas, veneración no admitida por el Vaticano.
Para la mayoría de las comunidades indígenas, rurales, y en las colonias más desarraigadas de la misma Ciudad de México, creen que las ánimas de los muertos regresan esa noche para disfrutar de las viandas y flores que les ofrecen sus deudos. Ambas ofrendas se disponen en el “Altar de los Muertos”, que se ubican dentro del hogar, como afuera del mismo. Generalmente suele disponer de 7 niveles distintos, que no voy a describir por falta de espacio. Lo que más me ha impresionado es que arriba de todo el altar, es la foto del difunto de espaldas que se refleja en un espejo frente de él, para que ambos se vean recíprocamente.
El mexicano concibe a la muerte no como una ausencia de sus queridos idos si no como una vuelta a la vida: el difunto regresa, camina y contempla su altar, percibe presencias, huele, come y escucha. Es un día de reencuentros para festejar, hasta el año venidero.
Hoy, lejos en la distancia y el tiempo de contemplar a aquel culto mexicano a la muerte, no acostumbro ir a los camposantos donde reposan eternamente mis familiares y amigos, como tampoco les dedico rezo alguno. Mis oraciones u ofrendas florales son los recuerdos hacia ellos, que me acompañarán siempre, porque la muerte solamente se alcanza cuando llega el olvido. Yo no olvido ni olvidaré a los míos, mientras no me abandone la vida.
Abelardo Lorenzo(Ourense)
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