Los ‘cutres’

Publicado: 23 jun 2009 - 02:00 Actualizado: 11 feb 2014 - 00:00

Nada hay mejor que echar mano del diccionario de la Real Academia Española cuando queremos asegurarnos del veradero significado de las palabras. A tal efecto, conviene recordar que el mismo premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, aun teniendo en cuenta la gran riqueza de su vocabulario, decía que solía tener siempre a mano el diccionario para despejar la mínima duda. Y siguiendo este buen consejo del maestro, también quien estas líneas escribe echó mano del diccionario para mejor cerciorarse de la definición de la palabra cutre. Y dice así: ‘Tacaño, miserable’. Y usted, querido lector, como el mundo es muy grande y grande también la diversidad de gente, es probable o casi seguro que conozca a más de uno que responden al perfil, a esa radiografía del cutre, del miserale, del tacaño, del ahorrador empedernido.

Pues sí, hay más avariciosos de los que parece. Don Luis de Benavente, que era un coñón, escribió una composición literaria llamada entremés y en la narrativa nos dice que un personaje llamado Martín Peralvillo, era un individuo tan miserable que según cuenta su mujer, cuando ésta quería suspirar su marido se cabreaba porque decía que aquel aire que se perdía sería mejor para encender la lumbre. Obviamente, en aquel tiempo todavía no existía la vitrocerámica. Pero lo que no es fácil de comprender es que estos agarrados -que huyen, que tienen pavor a la sociedad de consumo- encuentren placer, requetegusto atesorando el dinero. Y este afán desmedido, como alguno que yo conozco, le ocurre siendo propietario de varios pisos y teniendo a los hijos excelentemente situados. Eso es pura avaricia. La palabra limosna, esa cantidad que se da para socorrer a los indigentes o do donativo que se hace por Navidades a los pobres, es vocablo que les está vedado y sufren temblor en la mano antes de desprenderse de unos céntimos.

Conozco a otro mezquino que acude regularmente a un famoso bodegón en A Coruña, con su economía saneada que se le llena la boca para decir ‘¡qué vino tan rico!’. ¿Y saben por qué? Porque el vasito sólo le cuesta cincuenta céntimos. Si costase 1,50 a buen seguro que ya no le gustaba. Además, otro pecado que adorna a los cutres es que son gorrones; es esa clase que se aprovecha todo lo que puede de esos amigos antagónicos que son espléndidos, generosos, desprendidos, desinteresados. Confieso que me son sumamente antipáticos, o más aún, insoportables. Y tienen esta patología tan arraigada que no admiten ni el buen consejo del retórico y poeta Juvenal: ‘Es una gran locura la de vivir pobre para morir rico’.

En el capítulo de los gastos casi no ocupan lugar en el comercio y gasto en la hostelería. Lo suyo es la propiedad, la usura. Puede que algún día los ayuntamientos dediquen el nombre de una calle en memoria, en recuerdo de los ‘cutres’. Son los especializados en no colaborar en las actividades económicas y que nos recuerdan a Samaniego cuando escribió la fábula: ‘Un ricachón mentecato/ ahorrador empedernido/ por comprar jamón barato/ lo compró medio podrido/. Le produjo indigestión/ y entre botica y galeno/ gastó más que en jamón bueno/ y hoy confiesa que fue un loco/ porque gastar, no es gastar mucho ni poco/ sino saberlo gastar’.

Contenido patrocinado

stats