La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
El problema de la verdad lleva discutiéndose milenios, al menos tenemos constancia de ello desde los primeros filósofos griegos. A lo largo de la historia ha habido muchas corrientes de pensamiento al respecto, para todos los gustos. Probablemente el primer gran enfrentamiento de posturas a este respecto fue el de Sócrates con los Sofistas. El primero creía que la verdad existía y que ésta podía ser alcanzada por el ser humano.
Los Sofistas, en cambio, no tenían ningún interés en conocer la verdad sino en aparentar que la conocían, puesto que esta apariencia reviste de autoridad. No solo no tenían interés en la verdad, sino que incluso negaban que la verdad existiera. Estos “filósofos” enseñaban (por dinero) el arte de dominar los razonamientos falaces para persuadir. Gorgias decía que la persuasión no tenía nada que ver con la búsqueda de la verdad, sino con los intereses particulares del que habla. Eran, en realidad, unos mercenarios de la política.
Sonroja el hecho de comprobar lo poco que hemos cambiado en casi 2.500 años. Pensaba Gorgias, como precursor del relativismo moral, que cada persona tiene su verdad. Algo que hoy siguen a rajatabla los programas de la telebasura contemporánea, ese estercolero de almas vacías entregadas a la hez social de la anestesia y la servidumbre voluntaria. Esos colaboradores de la ponzoña sensacionalista que declaran sin pudor “yo vengo a contar mi verdad”. No, amigo, no. Tú vienes a contar tu versión, o lo que es lo mismo, a manipular la realidad en tu favor.
El concepto de verdad subjetiva está tan arraigado en la sociedad que la democracia se reduce a simple demagogia, el riesgo del que siempre nos alertaron los grandes filósofos helenos
Uno de los problemas fundamentales del desprecio a la verdad de los Sofistas es la degeneración de la democracia, tal y como la entendían en Atenas. Desde el momento en que la verdad y la razón no importan, todo el intelecto humano se pone al servicio de los intereses particulares. Por eso los aprendices de políticos atenienses contrataban los servicios de los Sofistas, para alcanzar el poder, mantenerlo y moldear las voluntades con el fin de favorecer sus propios intereses. Tampoco hemos avanzado mucho en estos dos milenios. El concepto de verdad subjetiva está tan arraigado en la sociedad que la democracia se reduce a simple demagogia, el riesgo del que siempre nos alertaron los grandes filósofos helenos.
¿Cómo no van a manipular la sociedad a su antojo si la gente únicamente cree lo que quiere creer? Las personas se mueven en un marco de realidad moldeado por sus prejuicios y creencias. Ninguno estamos a salvo de ello. Somos incluso capaces de negar lo que estamos viendo en directo, escudándonos en cualquier argumento que nos dé la razón y cobijándonos en el seno de la borreguil masa con intereses similares a los nuestros, donde encontramos la inestable y cínica paz de vivir al margen de lo real. A modo de ejemplo, hace unos días millones de personas vieron el partido de fútbol entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid. Con unas imágenes de vídeo en directo, con decenas de repeticiones a cámara ultralenta, hay millones de personas que defienden una postura y otros tantos millones que defienden exactamente la interpretación contraria.
Si esto es posible, si esto sucede con algo que estamos viendo en directo con nuestros propios ojos, ¿cómo no nos van a manipular con cosas que no podemos ver o con cosas de las que nos falta la mayor parte de la información y a la que nunca tendremos acceso? Los ciudadanos rara vez contamos con la información necesaria para saber si algo “es verdad”. Sin embargo, sentimos la irremediable necesidad de posicionarnos. ¿Y cómo lo hacemos? Simplemente nos alineamos con “los nuestros”. Si no tenemos criterio para pronunciarnos sobre algo, repetimos como papagayos los eslóganes que generan los ideólogos de nuestras respectivas corrientes de pensamiento. No usamos la razón y nos están llevando a una polarización social que no conviene a nadie, únicamente a unos pocos. ¿Qué diferencia hay entre un ser humano que renuncia a usar la razón y cualquier animal que carece de ella? Ninguno de los dos razona, así de sencillo. Por eso estamos como estamos y por eso estaremos cada vez peor.
La gran tragedia de nuestro mundo es que está lleno de sofistas, pero ya no tenemos ningún Sócrates.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
La Región
JARDÍN ABIERTO
Simbología de la flor de amarilis en Navidad
Jaime Noguerol
EL ÁNGULO INVERSO
La mirada sabia del barman
Miguel Anxo Bastos
Extremadura: la clave está a la izquierda
Sergio Otamendi
CRÓNICA INTERNACIONAL
Dos éxitos o dos fracasos
Lo último