Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
Estimada señorita:
En esta primera semana de julio en la que comienzan mis cortas vacaciones, he tenido la gran fortuna de instalarme en Allariz. Y, realojado en otra madriguera que no es la mía, me he topado con una biblioteca. Ahí, en el repaso a los volúmenes que se desplegaban en los anaqueles, me he encontrado con dos viejos conocidos: “Los trazos de la canción” de Bruce Chatwin y “El saqueo del Dorado” de Patrick Tierney. El caso es que, como estas afinidades también constituyen un hilo conductor, al rato me he dejado llevar y he comenzado a pensar en la conflictiva relación entre el mapa y el territorio. Dos conceptos presentes en los títulos mencionados más arriba y en cuya relación existe un imperativo, al menos teórico, que demuestra cierto canibalismo que trataré de explicar:
La metáfora “El mapa no es el territorio” data de 1932 y su autor fue Alfred Korzybski, a quien se debe también el concepto fundacional de los “mapas mentales”, muy apreciados posteriormente por la PNL (programación neurolingüística) y sus derivadas, como el “coaching”. En estos mapas recae el esfuerzo de interpretación del mundo (el territorio) mediante modelos abstractos, muy diferentes al mundo en sí. Son construcciones personales que difieren de un individuo a otro. Teniendo en cuenta esto, la gran vuelta de tuerca a la metáfora la va a ejecutar, décadas más tarde, el filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard al analizar la posmodernidad y los objetos de consumo. Para Baudrillard, lo auténtico ha sido dócilmente sustituido por la copia. Y, como en Matrix, no parece que seamos muy conscientes de ello. Así que vivimos absorbidos por una “hiperrealidad” en donde los simulacros de la cultura suplantan a lo real. Dicho de otro modo, en una sociedad pletórica de simulacros, preferimos consumir los objetos por su importancia simbólica que por su valor en sí. Por prestigio, estatus, moda , lo que sea. Es, en definitiva, el triunfo de modelo virtual (el mapa) sobre lo real (el territorio) porque se ha borrado la diferencia que existía entre ellos.
He tomado los libros de los que le hablaba y he salido a leer a orillas del Arnoia, en la Alameda. Allariz (como Santiago, como prácticamente cualquier parte) se llena de turistas. Público invitado que viene a consumir ávidamente el territorio. En su hiperrealidad convulsa, llegan a cada rincón, sacan la foto, la suben y rápidamente se van. Ya tienen su mapa. Sin embargo, Chatwin, con su cuaderno de campo sobre las mitologías aborígenes australianas, y Tierney, con su reivindicación de la verdad acerca de los yanomami en el Amazonas, me hacen recordar que la construcción de nuestra cartografía personal es, o debería ser, algo más. Un acto político. Algo que nos recuerde que aunque todo parece cambiar, en lo esencial nada cambia. Usted ya me entiende
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