Xabier Limia de Gardón
ARTE ET ALIA
Ofelia Cardo exorciza las sombras del pasado
TRIBUNA
Andamos estos días enzarzados con Aloysius sobre una serie de espinosas cuestiones, porque es que en muchos lugares de trabajo el poder se confunde con la autoridad absoluta. Y cuando se ejerce sin control, probablemente se convierta en abuso.
El bossing, el mobbing y el acoso sexual son tres caras del mismo tetraedro: humillación, hostigamiento y violencia, generalmente dirigidas hacia quienes históricamente han tenido menos voz, especialmente las mujeres. El bossing es el abuso de los jefes: órdenes arbitrarias, desprecio público, presión constante que desgasta a la persona. El mobbing, en cambio, viene de los compañeros. Pero por transversal no es menos perjudicial: críticas constantes, aislamiento y rumores. Por su parte el acoso sexual, aunque más evidente, sigue siendo uno de los mecanismos más dañinos de control, con comentarios, insinuaciones o contactos no deseados que afectan la seguridad y la autoestima. Todas estas prácticas tienen un denominador común: el ejercicio de poder injusto y jerárquico. En nuestras empresas y administraciones, la mayoría de quienes ejercen este tipo de formas violentas son y han sido hombres. Y las víctimas, las mujeres.
El bossing, el mobbing y el acoso sexual son tres caras del mismo tetraedro: humillación, hostigamiento y violencia, generalmente dirigidas hacia quienes históricamente han tenido menos voz, especialmente las mujeres.
Para colmo, la desigualdad estructural facilita que ciertos comportamientos sean minimizados o tolerados. El manido vamos a mirar hacia otro lado, por si acaso. Estos días asistimos atónitos a una avalancha de hechos supuestamente delictivos dentro del ámbito político, algo que debería ser inaudito, tanto como observar que en el seno de algunas de estas organizaciones, dependiendo de quién sea la víctima o el agresor, las miradas efectivamente parecen voltearse hacia otro lado. Si la persona afectada pertenece a un círculo aliado, el caso se cubre con un manto silencioso; pero si es de los otros, se convierte en noticia y motivo de condena pública inmediata. Esta doble vara de medir no solo es injusta, sino que además refuerza la sensación de impunidad, perpetuando el miedo entre quienes sufren estas agresiones. La respuesta debe ser clara y contundente, porque el acoso no puede depender de la ideología ni de la filiación política.
Las empresas y administraciones tienen la obligación de implementar protocolos claros, canales confidenciales de denuncia y medidas de protección efectivas. Y la justicia y la política deben actuar sin demoras ni sesgos. La ética y los derechos de las víctimas deben prevalecer sobre las conveniencias partidistas. Porque este problema es muy grave.
Cada caso de bossing, mobbing o acoso sexual que quede impune erosionará la confianza, la motivación y la igualdad. Afectan a la salud, bienestar y desarrollo de quienes lo sufren. Y, peor aún, envían un mensaje devastador: que el abuso de poder puede ser tolerado, si se pertenece al bando correcto.
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