¡QUÉ BUEN DIOS!

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Publicado: 23 ago 2025 - 04:40

Opinión en La Región
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Fue al tercer cagoendios que la atención se me focalizó en Don Jesús.

Don Jesús era el típico cura de pueblo. Los mofletes sonrojados del vino santo, los hombros se le deslizaban de manera leve hacia adelante y el pelo, bueno, el pelo se había declarado en guerra contra cualquier tipo de dirección coherente.

Caminaba con pasitos cortos, tan cortos como sus piernas. Y variaba la velocidad según las personas que se iba encontrando por el camino. Si se cruzaba, por ejemplo, con la señora Josefina -viuda desde los veinte- apuraba como si la propia Virgen María lo solicitase. Si pasaba por el parque del pueblo se detenía a ver si alguno de los niños le ofrecía tirar un penalti.

Había tenido alguna novia en la juventud, antes de su vocación eclesiástica ya después de los dieciséis. Si le preguntabas a Don Jesús por qué era cura, él respondía a medio sonreír. – Así libré de hacer la mili- te guiñaba un ojo y seguía a lo suyo. Lo suyo, si me lo preguntas, nunca lo entendí.

No se vio día en que Don Jesús vistiese de sport. Usaba de manera religiosa la sotana y el alzacuellos. No se le conocía outfit más allá del negro riguroso y jamás usaba “basquines”, que es como él llamaba a las deportivas.

Para mí, un adolescente agnóstico y repunante, Don Jesús era como una figura recta y sofisticada. Pero con esa manera que tienen de actuar las personas que nunca se meten en problemas. Respuestas superficiales. Preguntas precisas.

Un domingo cualquiera me fui al bar del pueblo, OndoChema se llamaba, a ver un partido de fútbol. Jugaba el Real Madrid contra el Albacete.

Don Jesús estaba sentado en la última mesa, al fondo con su vaso de agua, donde suelen colocarse las personas que levantan la voz en silencio.

El primer cagoendios podría haber venido de cualquiera de los espectadores. El segundo me pilló por sorpresa. En el tercero descubrí de lleno como Don Jesús se lo escupía a la televisión de tubo desde el fondo del bar, alzando la mano y levantando levemente el culo de la silla.

Me senté a su lado. Por esta fascinación mía hacia las conductas inexplicables de bar.

El Madrid iba perdiendo, el vaso de tubo con hielo y agua resultó oler a Larios, como el aliento de Don Jesús, que no era capaz de acomodarse en su asiento.

Las piernas cruzadas. Las piernas estiradas. Las manos detrás de la cabeza. La cabeza sobre las manos. Otro vaso de mi agua, por favor. El Chema escondiendo el Larios.

Terminó el partido en empate. Don Jesús, a punto de golpear la mesa en un arrebato de frustración, aligeró el brazo. – No me vaya a decir otro improperio Don Jesús- le dije sonriendo. - ¿Qué improperio? Yo solo grito ¡Qué buen Dios! -.

Me guiñó un ojo, y siguió a lo suyo.

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