José Antonio Constenla
Defensa de la Democracia en tiempos de amnesia
Y qué diferentes los dos! ¡Y qué equidistantes! Claro está que uno de ellos es el más conocido del Mundo: El Gran Cañón del Colorado. Pero el otro es uno muy nuestro, no tan conocido, pero mucho más bello: el Cañón del Sil, en la Ribeira Sacra.
El primero casi todos sabemos que se trata de un tremendo y grandioso tajo abierto en la árida tierra del sur americano, trazado por un río que separa sus orillas y que quizá deba su nombre al reflejo que las rojas sombras de sus recortadas laderas ponen en sus agitadas aguas.
Pero el nuestro es el del Sil, ese famoso afluente de nuestro Miño, tan lleno de belleza e historia; áureo río amado y recorrido por los antiguos romanos que transportaban por él las doradas riquezas de sus minas. Nuestro Sil puede enorgullecerse de poseer el más bello de los recorridos que un río puede desear. Encañonado entre variadas riberas enjoyadas con todos los verdes imaginables, es línea divisoria entre dos provincias que lo han decorado de diversa manera, escondiéndolo como una reliquia en su profundo regazo.
En la orilla ourensana, abrazado por sus escalonadas viñas que producen el preciado fruto de sus tierras. Precisamente estos días han estado con la vendimia; una vendimia sumamente difícil por la escalada en terrazas de sus filas de cultivo. Y por el otro, la bella y fértil tierra luguesa, con la infinita variedad de su flora. Y coronando sus múltiples elevaciones, monasterios que duermen su secreta y antigua historia y que admiran los turistas que vienen a contemplarlos.
Y para admirar y saborear todo el placer de su belleza, además de contemplarla desde sus alturas, lo más placentero es subir en uno de los barquitos que lo recorren regularmente, y a través de su mansa corriente ir saboreando poco a poco la visión de sus orillas, aspirando a la vez el límpido aroma de su variada vegetación. Y es una verdadera gozada, puedo asegurárselo, porque yo he ido en uno de esos cortos pero inolvidables viajes.
Y si se toman la molestia de ascender hasta alguno de sus monasterios, como el de San Esteban, y penetrar en su extenso interior, podrá admirar la ingente obra de épocas pasadas y la belleza incomparable de su enclave. Porque nuestra preciosa Galicia nos reserva muchas de sus bellezas; sólo hay que buscarlas y saborearlas.
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