Defensa de la Democracia en tiempos de amnesia

Publicado: 16 dic 2025 - 04:05

Opinión en La Región
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Qué raro resulta, en un país tan sensato como España, que alguien tenga que proponer simplemente aplicar la Constitución. Qué extravagancia tan inaudita la del arzobispo de Valladolid, D. Luis Argüello, al recordar que frente a la descomposición política provocada por la corrupción, el desgobierno, los chantajes de aliados y el hedor moral que impregna la vida pública, existen alternativas en la Carta Magna: moción de censura, cuestión de confianza o acudir a las urnas.

Sorprende menos lo dicho por el arzobispo que la respuesta del presidente del Gobierno, quien replicó que existe una “cuarta opción”: respetar el resultado electoral aunque no guste. Como si alguien hubiese propuesto lo contrario. Como si una moción de censura o unas elecciones anticipadas no fuesen expresiones legítimas del respeto a la soberanía popular. La ironía es fina: se dice defender la democracia mientras se deslegitiman sus propias herramientas.

Como subrayaba Karl Popper, las sociedades abiertas avanzan cuando permiten que sus ideas e instituciones sean sometidas a crítica y corrección, no cuando las blindan frente al cuestionamiento. En una sociedad madura, la crítica es higiene democrática, no insulto. Lo que propone Mons. Argüello es un ejercicio de higiene democrática: abrir las ventanas para dejar que entre algo de aire fresco. Pero Sánchez, fiel a la escuela de los espejos sin reflejo, prefiere desacreditar al mensajero tildándolo de “ultraderechista” por el simple delito de recordar la Constitución.

No hace falta ser creyente para aplaudir el gesto del Presidente de la Conferencia Episcopal

Mientras tanto, los ciudadanos amanecemos cada día con un nuevo expediente de corrupción entre el café y el parte meteorológico. ¡Debería ser objeto de estudio cómo un país puede soportar tanto bochorno con semejante resignación! La corrupción se ha convertido en nuestro aceite nacional y la impunidad en su mejor pan. Cada escándalo llega acompañado de su correspondiente dosis de indignación fugaz y de olvido casi automático.

La ironía final de todo esto es que, mientras se acusa a la Iglesia de “querer interferir en política”, una parte de la política quiere construir una religión civil: dogmas, censuras, catecismos ideológicos y herejes condenados a la cancelación pública. Y frente a ese clericalismo laico, el arzobispo Argüello recordó algo profundamente subversivo en nuestros días, que los ciudadanos tienen derecho a votar de nuevo si lo que se cocina en Palacio empieza a oler a podrido como en Dinamarca.

No hace falta ser creyente para aplaudir el gesto del Presidente de la Conferencia Episcopal. Basta con creer en la decencia, la transparencia y la rendición de cuentas. Tocqueville advertía que la democracia solo se mantiene sana cuando quienes gobiernan aceptan sus límites y asumen que el poder no les pertenece.

Al final, una democracia no muere de golpe, se va apagando por costumbre. Se degrada cuando la corrupción deja de escandalizar, cuando la exigencia se confunde con deslealtad y cuando recordar la Constitución se presenta como una provocación. La verdadera amenaza no es que existan mecanismos para corregir el poder, sino que los ciudadanos se acostumbren a no usarlos. La amnesia cívica es el terreno más fértil para el abuso. Y por eso hoy resulta casi revolucionario recordar que la Carta Magna sigue ahí, no para ser invocada retóricamente, sino para ser aplicada.

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