Cinco años después

Publicado: 05 ago 2025 - 01:10

Opinión en La Región | La Región
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Se acaba de cumplir un lustro desde que el rey emérito Juan Carlos I comunicó su decisión de abandonar España con destino a Abu Dabi donde tiene su domicilio fiscal para, según afirmó en la carta en la que manifestaba su intención, “prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como rey”. Si todo lo que se fue conociendo de las actividades privadas del rey llevaron a la abdicación de la Corona en la operación fraguada entre el difunto líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el presidente del Gobierno de entonces, Mariano Rajoy, los años que siguieron no hicieron sino ahondar la sensación de que el rey seguía dejándose jirones del prestigio político que había conseguido a lo largo de los años, hasta que comenzaron a hacerse públicas sus andanzas sentimentales y sus problemas fiscales.

La conjunción de la inviolabilidad de su persona fijada en la Constitución y una buena gestión de la prescripción de sus delitos alejaron al rey emérito del banquillo. El último intento de un grupo de destacados juristas por reabrir la causa penal tampoco ha tenido éxito, de modo que Juan Carlos I no tiene cuentas pendientes con la justicia española.

Aunque Juan Carlos de Borbón pueda volver a España cuando y como quiera, sigue sin resolverse el problema fundamental que genera su estancia fuera del país.

Desde su salida de España el rey ha vuelto en una decena de ocasiones, sobre todo a Sanxenxo para participar en regatas. Las relaciones con su hijo, el rey Felipe VI, quedaron marcadas en el encuentro entre ambos en La Zarzuela tras la primera visita a España y luego han mantenido encuentros protocolarios en distinto funerales de Estado, el de la reina Isabel II y el de Constantino de Grecia, y en acontecimientos familiares.

Aunque Juan Carlos de Borbón pueda volver a España cuando y como quiera, sigue sin resolverse el problema fundamental que genera su estancia fuera del país, no solo por su edad, 87 años, sus achaques de salud, y la situación que provocaría su hipotético deceso en alguna de los lugares donde vive o visita con regularidad -Londres, Ginebra, Cascais-, sino que en estos cinco años se ha avanzado muy poco en tratar de lograr un consenso a cerca de su figura entre partidarios y detractores, ahora que en noviembre se cumplirán los cincuenta años de su proclamación como rey y de su papel para pilotar la transición hacia un régimen democrático. Una labor que ha quedado opacada por sus decisiones personales, por un temor infundado a que pudiera verse como su padre y por la desconsideración hacia la institución que encarnaba. La soberbia de la que hizo gala en alguna ocasión –“Explicaciones, de qué”, dijo- pone difícil el éxito de una campaña de recuperación de su imagen y de un legado político incuestionable para el que contó con apoyos fundamentales en los momentos más complicados de ese periodo: los mismos que le advirtieron de los riesgos que asumía con actuaciones impropias de su cargo. Nadie, de forma pública, parece que se encuentre trabajando para que se produzca una vuelta definitiva del rey emérito a España ni para conmemorar su proclamación.

Las últimas maniobras judiciales del rey contra el expresidente cántabro, Emiliano Revilla, en defensa de su honor, y contra su antigua amante, Corina Larssen, para recuperar una “donación” de 65 millones de euros, demuestran por dónde van los intereses y las preocupaciones del rey emérito, que intentará lavar su imagen con sus memorias dictadas a la escritora francesa, Laurence Debray, tituladas “Reconciliación”.

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