Los comités olímpicos de cada país suelen responder al carácter de su gobierno. Bielorrusia, antiguo miembro de la URSS, es una dictadura dirigida por Alexander Lukashenko, buen amigo de Putin y promotor del vodka como remedio contra el Covid-19.
El presidente del Comité bielorruso es, curioso, su hijo Viktor. La organización y seriedad del organismo se describe al inscribir en los Juegos de Tokio a una atleta, Krystsina Tsimanouskaya, en una prueba de relevos sin su conocimiento o consentimiento.
La atleta se quejó de forma pública por esta descoordinación y la respuesta de su país recordó a los tiempos del otro lado del 'telón de acero'. Orden inmediata de regreso a casa, 'acompañada' por dos 'funcionarios' y repudio en los medios de comunicación.
En el aeropuerto, Tsimanouskaya pidió ayuda a la policía japonesa para evitar su repatriación. Finalmente, recibió asilo en Polonia. No será extraño que compita por este país en el futuro.
La atleta pertenece a movimientos opositores a Lukashenko y, como tantos, teme aparecer cualquier día muerta "por causas naturales", al estilo del KGB.
Premeditado o no, la disputa de los Juegos ha sido la oportunidad de Tsimanouskaya para escapar de Bielorrusia y reunirse con su novio, exiliado en Ucrania.
Se libra del nuevo e ingenioso plan para lograr más medallas de Lukashenko. "Nuestros atletas tienen que pasar hambre".