Itxu Díaz
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HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL
Entre los diversos personajes curiosos que entrevisté y conocí al largo de mi vida como periodista, resultó especialmente interesante el llamado “Comandante Sotomayor”, José Fernando Fernández Vázquez, uno de los protagonistas del famoso secuestro del trasatlántico “Santa María”, cuya presencia era frecuente en el puerto de Vigo, en los años sesenta, ya que, entre otros barcos, cubría la de España a Venezuela, entonces muy frecuentada. También conocí y traté mucho al empresario de A Garda Juan Noya hijo, que regresaba a España y que fue testigo de aquel suceso. Entrevisté el comandante Sotomayor en su último viaje a Vigo, a comienzo de los años 80, poco antes de su retorno definitivo a Venezuela, donde falleció en Caracas en 1986. Su profesión y experiencia de marino fue esencial en el manejo del paquebote portugués, ya que lo otro de los triunvirus del asalto, el coronel portugués Galvao era oficial de Caballería. El otro protagonista de la operación era el gallego José Velo.
Es curiosa la sensación que se siente teniendo delante a un personaje como éste. La operación que protagonizó, que luego se consideró desatinada, fue bautizada con el nombre de “Dulcinea”. El secuestro del buque, propiedad de la Companhia Colonial de Navegação, pretendía ser un acto de propaganda política para denunciar ante lo mudo las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco, llevada a cabo lo pones llamado DRIL (Directorio Ibérico de Liberación). Tras lo secuestro la idea era dirigirse a África, donde se esperaba la sublevación contra la metrópoli de las colonias portuguesas. Galvao y otros 23 implicados abordaron lo “Santa Maria” los días 20 y 21 de enero de 1961 en la Guaira, que en aquel momento el buque realizaba la ruta Lisboa-Madera-Tenerife-A Guaira-Curazao-San Juan-Miami y retorno. Confesaba Sotomayor que él y el resto de los implicados tenían más entusiasmo que medios, pues nadie les quiso ayudar, ni siquiera el Partido Comunista Portugués, con el que no simpatizaba Galvao. Los modernos piratas se hicieron con el puente de mando el 22 de enero de 1961, y en la refriega perdió la vida el tercero piloto João Nascimento Costa, y otros dos marinos que trataron de oponer resistencia y alertar al capitán de la nave, Mario Simões Maia, resultaron heridos. Iban a bordo 356 tripulantes y 612 pasajeros. Al barco le cambiaron el nombre por el de “Santa Libertad”.
Un gesto humanitario, a lo que en principio Sotomayor se opuso, pero cedió, el desembarco de dos heridos cerca del puerto de Castries, en la isla de Santa Lucia, colonia británica, sirvió para que entonces el mundo tuviera noticia del ocurrido y varias naciones, entre ellas España, que acercó al viejo “Canarias”, enviaron buques de guerra para interceptar al barco secuestrado que navegaba cambiando de rumbo hacia África. Según Sotomayor consideraban que su acción era un acto político, no de piratería pues apresar el barco era sólo un instrumento para otros fines. Pero embarcaciones de Estados Unidos e Inglaterra siguieron al paquebote secuestrado, respondiendo a la solicitud de ayuda de Salazar.
Contaba Sotomayor que el mayor problema a bordo era administrar las provisiones y el agua, lo que impuso algunas restricciones al pasaje, y que ignoraban que estaban localizados porque los operadores de radio daban periódicamente la posición del barco. Según Sotomayor, decidieron entregar el pasaje del barco en Brasil, contando con la benevolencia del presidente entrante Jânio Quadros, y seguir ellos hacia África. Pero como el plan era irrealizable, se rindieron el 2 de febrero en Recife y pidieron asirlo político en Brasil. Sotomayor contaba que, desde la perspectiva de los años transcurridos, más de veinte cuando yo lo entrevisté, no sentía frustración por lo realizado, porque a pesar de que no lograron uno de los fines de la operación, el levantamiento de las colonias de África, las repercusiones del asalto, que fue noticia de relieve mundial durante mucho tiempo, cumplió, a su entender otro de sus fines, denunciar ante lo mudo las dictaduras de Salazar y Franco, eso me contaba mientras paseábamos a la antigua usanza estación de Renfe de Vigo.
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