Equidistancia

Publicado: 10 jun 2025 - 03:55

Opinión en La Región.
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Cuando estas líneas lleguen a los lectores, los ecos de la concentración dominical del PP en la madrileña Plaza de España, solo serán un murmullo lejano. Nuevas proclamas, quizá un nuevo escándalo, ocuparán la actualidad, que por algo es rabiosa. De todo el tremendismo desorbitado que en la política española pasa del salón de sesiones en el Congreso a las plazas soleadas por la primavera, yo me quedo con algo que dijo Feijóo: “No es momento de equidistancias”.

A mi la equidistancia me ha gustado siempre. Esa posibilidad de abrir un espacio entre los acontecimientos, las opiniones, y uno mismo; acercar la mano al mentón o a la inversa, en actitud reflexiva, y guardar silencio durante un tiempo, propicia el no tomar partido a bote pronto, a primera sangre. Valorar unos y otros argumentos, escuchar a los contrarios y, en última instancia, formarse el propio juicio, es un modo de ejercer de adulto, sin despreciar otros, incluso aquellos que toman partido hasta mancharse, que dijo Gabriel Celaya, el poeta vasco.

Nos quieren movilizados, polarizados, tomando partido, aceptando lo uno y, en consecuencia, rechazando lo otro, pero yo no acabo de ver las buenas y suficientes razones para renunciar a ver el mundo en cinemascope

Vivimos en un país que no acepta la equidistancia en ningún grado ni en ninguna circunstancia. Aquí hay que tomar partido, hasta mancharse, aunque en el fondo, las dudas y los contraargumentos te inviten a quedarte en tu casa, en tu fuero, en el particularismo libre y honesto, independiente y, en consecuencia, solitario. Por eso sigue sin entenderse a quienes durante la guerra civil formaron en lo que se ha llamado “la tercera España”, un equivalente al unamuniano “ni con los hunos ni con los hotros”. En el presente, se abandona una reunión porque te incomoda utilizar un pinganillo y, en realidad, lo que se traslada, es que no quieres –y no se debe- escuchar las razones del otro.

Es incómoda la equidistancia porque tienden a equipararla con la tibieza, con el no tomar partido. Por eso Feijóo hace explícito su deseo de cegar esa vía de escape, esa fuga de voluntades, esa hemorragia de ciudadanos que, aunque incómodos, fatigados y hasta un poco hartos de determinadas cosas del gobierno y la política en España, no quieren perder el hilo de sus pensamientos propios. El político desea adhesiones inquebrantables, una aspiración que la historia entremezcla con los peores capítulos de las teocracias y las dictaduras, donde el mero razonar es sospechoso de deslealtad.

Nos quieren movilizados, polarizados, tomando partido, aceptando lo uno y, en consecuencia, rechazando lo otro, pero yo no acabo de ver las buenas y suficientes razones para renunciar a ver el mundo en cinemascope. Sacar las propias conclusiones es un ejercicio de libertad que el sistema tiende a considerar una completa e inadmisible extravagancia. Si Feijóo confunde esto con la equidistancia, yo me apunto a ella.

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