Opinión

A tomar viento

Hasta el Consello da Cultura Galega, una institución tan respetable como neutral, reclama una moratoria en la implantación masiva de nuevos parques eólicos en Galicia ante el riesgo de que tenga un impacto muy negativo en el ámbito cultural o en el patrimonio, además de dañar el paisaje, el medioambiente o la economía de las zonas afectadas. Es la última de las voces que se levantan contra el anunciado próximo despliegue de cientos y cientos de molinillos de viento en las montañas gallegas al amparo de un Plan Sectorial que la Xunta aprobó en 1997. Pocos días antes se habían registrado una veintena de concentraciones, alentadas por asociaciones vecinales y ecologistas. Demandaban una moratoria “real y efectiva” de ese plan para así reformularlo de modo que cause el menor impacto posible en un entorno que constituye una seña de identidad y uno de los principales activos de este país.

Aunque los críticos con esta ola de implantación masiva de parques eólicos se esfuerzan en desmentirlo, cunde la impresión de que se está demonizando a un sector de futuro en el que Galicia fue de las pioneras y durante años primera potencia nacional y la cuarta o quinta a nivel europeo. Desde la patronal advierten de que se está jugando con fuego y que ya alcanza el medio millar el volumen de empleos perdidos, a pesar de que sigue habiendo más de cien empresas vinculadas a la aerogeneración. Sin embargo, el colectivo empresarial también cree que la planificación no es la adecuada. En su caso confía en que al final, tras las trámites y la fiscalización administrativa, muchos de los parques solicitados, incluidos algunos de los que producen más rechazo, no lleguen a instalarse. Por eso entiende injustificada la movilización antieólica, porque de entrada no discrimina entre buenos y malos proyectos cuando no todos son iguales.

La energía limpia es el futuro. O mejor dicho, sin energías limpias no habrá futuro. He ahí algo que no admite discusión, como tampoco que Galicia es una superpotencia en renovables desde hace mucho. Primero por los aprovechamientos hidroeléctricos de nuestros ríos que proliferaron durante el franquismo y después, a partir de los años noventa, por la construccion de los parques eólicos. La puesta al día y repotenciación de esos parques, a decir de los expertos, debería ser una prioridad incluso frente a la creación de las nuevas instalaciones. Se quedaron obsoletos, pero siguen siendo altamente rentables muchos años después de amortizada la inversión gracias a la primas. No hay que desaprovecharlos, si de lo que se trata es de minimizar el impacto de esta forma de producir en el territorio.

Como lo medible no es opinable, se constata que Galicia está perdiendo el tren eólico. Nos quedamos atrás. En los últimos años apenas se instaló aquí un tres por ciento de toda energía eólica desplegada en España. Se entiende por ello la urgencia de autorizar nuevos parques, en tierra y en el mar, para ir recuperando el terreno cedido. Y porque está en juego mucha riqueza y empleo. Aún así, deben evitarse errores que puedan resultar irreparables. La Xunta no debe hacer oídos sordos ante las voces críticas con el plan y menos con las de quienes le advierten de que ni siquiera discuten ni su necesidad ni su conveniencia. A veces las peores obras son las que están hechas con las mejores intenciones. Hay que aplicar la racionalidad a la instalación de los nuevos aerogeneradores. Son muchas cosas, y demasiado valiosas, las que se pueden ir a tomar viento.

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