Opinión

De Centristas de Galicia al polvorín ourensano

Ahora que la caldera política ourensana está en ebullición, conviene hacer un poco de historia para entender mejor lo que ocurre. Cuando la UCD de Adolfo Suárez se desintegra, arrollada por el PSOE de Felipe González en octubre de 1992, Eulogio Gómez Franqueira, fundador de Coren y exprocurador en las Cortes franquistas, decide crear un partido político uniprovincial. Centristas de Ourense nace para dar cobijo a muchos alcaldes y concejales, también a diputados, senadores y cargos institucionales que se habían quedado huérfanos de siglas pero que conservaban importantes bolsas de votos. Allí estaban Victorino Núñez y José Luis Baltar, que acabaron pilotando, en condiciones muy ventajosas, la incorporación de los Centristas a una Coalición Galega que con su nacionalismo moderado dio la campanada en las elecciones autonómicas de 1985, pero que acabó fragmentada y casi desintegrada. De una de esas escisiones surge Centristas de Galicia, que apenas tenía presencia fuera de su feudo ourensano.

El hoy Partido Popular, que por entonces aún era Alianza Popular, se alió en Ourense con Centristas de Galicia, coalición electoral que a finales de 1989 propició la primera mayoría absoluta de Manuel Fraga. Sin embargo, en 1991 populares y centristas concurrieron por separado a las elecciones municipales en la provincia de Ourense. Aquella batalla, bastante descarnada, la ganó el PP, liderado por Tomás Pérez Vidal. Ese pudo haber sido el final del centrismo ourensanista, pero una orden directa de don Manuel obligó a los populares a entregar la Diputación a los de Victorino Núñez. Los Centristas acabaron integrándose formalmente en el Partido Popular. Aunque, más que una integración, aquello fue en realidad una absorción en toda regla. Fraga entregó el PP de Ourense a Victorino y Baltar con todas las consecuencias.

Con el tiempo se ha visto que Centristas de Galicia no desapareció nunca, ni del todo. Se encarnó en el PPOU, que ha sido capaz de mantener una autonomía programática, organizativa y funcional, durante y después de la etapa de Fraga, respecto a la dirección regional e incluso nacional. Los funcionarios, dirigentes y cuadros ourensanos procedentes de Alianza Popular fueron las víctimas de aquella operación, de la que surge el baltarismo, capitaneado primero por Baltar padre y después por el hijo. Uno y otro han ejercido un poder omnímodo -orgánico en el partido e institucional en la Diputación- durante más de treinta años, con permiso de Santiago y de Madrid.  Nunca permitieron injerencias, si acaso sugerencias. En más de una ocasión los Baltar, que ofrecían al PP magníficos réditos electorales, lanzaron sonoros órdagos para marcar territorio, agitando el fantasma de Centristas de Galicia y la amenaza de un rebelión. Como ahora, según creen algunos. 

Manuel Baltar presume de que “su” PPOU tiene un perfil político propio, más centrista y galleguista que el PPdeG, y de un compromiso con Ourense -la Ourensanía- heredado de Franqueira y Victoriño Núñez. Debajo de la piel del actual Partido Popular ourensano late aún, muy vivo, el espirítu de Centristas de Galicia, CdeG. En la estela de esas siglas se cobija una especie de cantonalismo actualizado, que sintoniza con un sentimiento cívico muy arraigado en una provincia que siempre se ha sentido tanto abandonada, incluso maltratada, por los poderes públicos, como dejada de la mano de Dios a causa de su decreciente peso demográfico y de su condición rural, interior y periférica. La disparatada gestión de los resultados del 28M y el caso Baltar han convertido la vida política ourensana en un polvorín, que amenaza con hacer saltar por los aires la estabilidad institucional de la que presume Galicia. He ahí el riesgo. Claro que también, como otras veces, puede no haber estallido porque la pólvora se acabe quemando en salvas.

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