Opinión

La cosa pinta mal para el Pesedegá

Aunque por ahora esté lejos de cundir el pánico, en el Pesedegá empiezan a encenderse algunas luces de alarma. No es para menos. Las encuestas publicadas en las últimas semanas, como las que maneja internamente el propio partido, advierten que la cosa no pinta nada bien. Seis meses después de renovar su liderazgo, los socialistas gallegos no dan muestras de estar remontando. Por el contrario, parecen seguir perdiendo fuelle. Los estudios demoscópicos más serios vaticinan que dentro de un año pueden perder al menos la alcaldía de dos de las seis ciudades que gobiernan. Como consecuencia de ello y del desgaste que acusan otros alcaldes urbanos y rurales, peligra también alguna de las diputaciones que están cogidas con alfileres. Si la izquierda logra mantenerlas, será gracias a un crecimiento, por leve que sea, del Benegá. Porque la demoscopia coincide en que los nacionalistas siguen claramente al alza, lo cual por otro lado parece alejar la posibilidad de que el PSOE galaico reconquiste en 2024 la hegemonía de la izquierda en O Hórreo, el gran objetivo estratégico de sus actuales dirigentes.

Y es que a nivel nacional empieza a dibujarse en el horizonte electoral un cambio de ciclo. El socialismo sanchista no levanta cabeza -incluso va perdiendo pie- frente a un Partido Popular que parece estar rentabilizando al máximo el efecto Feijóo. A expensas de los resultados de Andalucía, donde los populares tienen claramente el viento a favor, el PSOE parece estar entrando en un fase de claro -aunque lento- declive, cuya progresión Moncloa y Ferraz esperan  ser capaces de contener de aquí al final de la legislatura con una batería de medidas sociales y el protagonismo internacional que revestirá al presidente del Gobierno de un halo de estadista. En cualquier caso, si Sánchez se viene abajo con todo su equipo, muy difícilmente el Pesedegá podrá mantener el tipo en las próximas citas electorales, no siendo en las municipales donde se vota en clave local y ostentar la alcaldía otorga un plus que en buena medida puede compensar la erosión de la marca.

En O Pino, la sede gallega del Pesedegá, confiaban en que la abrupta sucesión de Feijóo reabriese viejas heridas en el PP gallego por aquello de las baronías. Lo que no esperaba casi nadie, excepto los interesados, es que al final el relevo se consumase en un clima de unidad, de cierre de filas y hasta de euforia que evocó los mejores tiempos del “albertismo” incondicional. Naturalmente que Rueda no es don Alberto, pero sigue teniendo detrás a todo el partido, que desde ya pondrá toda la carne (que es mucha) en el asador para conseguir un triple y ambicioso objetivo: mejorar sus resultados en las próximas municipales, lo que no parece difícil partiendo de un suelo tan bajo; contribuir a que Feijóo, el líder natural de la derecha gallega, conquiste La Moncloa y conseguir una quinta mayoría absoluta, para marcar un hito en la política española, el más difícil todavía, el no va más.

Con un panorama tan poco halagüeño, habrá que ver si finalmente Valentín González Formoso se lo piensa dos veces y acaba renunciando a ser el candidato  a la Xunta, una responsabilidad que va adosada a su condición de secretario general del PSOE gallego. La candidatura conllevaría, llegado el caso, la renuncia a la alcaldía de As Pontes y a la presidencia de la Diputación de A Coruña, un sacrificio que difícilmente le compensaría si ni siquiera logra ser el jefe de la oposición a Rueda. El mal menor, vicepresidir un Gobierno autonómico encabezado por Ana Pontón, no pasaría de ser un tanto amargo premio de consolación.  Porque en el caso de que el PP se mantenga en San Caetano y el Benegá se afiance como segunda fuerza, a Formoso no le quedará otra que hacer mutis. O, lo que es más doloroso, esperar a que le pasen la rebarbadora algunos de los que le ayudaron a desbancar a Gonzalo Caballero. En la política, como en la vida misma, donde las dan las toman. Aunque también sirve aquello de no las hagas no las temas.

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