Opinión

El recuerdo que guardaba el viejo “Losada” de que Celia Gámez estuvo allí

Fachada del Losada e imagen de una actuación de Celia Gámez en Ourense.
photo_camera Fachada del Losada e imagen de una actuación de Celia Gámez en Ourense.

Revolviendo en mi archivo, cosa a la que cada vez dedico más tiempo, vuelve a salirme al paso la entrevista que le grabé a Celia Gámez en Vigo, en 1976, cuando vino a embarcarse a este puerto para regresar a Buenos Aires, ciudad donde habría de morir tiempo después, alojada en una residencia, olvidada de quien era ella misma, debido a esa terrible enfermedad, el Alzheimer. Pero cuando yo la conocí todavía estaba bien, aunque algo mayor, tenía entonces 71 años, pero se conservaba simpática y vivaracha. En nuestra conversación hablamos de muchas cosas, entre otras de sus giras por Galicia, y le recordé que en el Teatro-Cine Losada de Ourense, yo viera en los camerinos las huellas de su paso por allí: carteles, fotos dedicadas y otros recuerdos de ella y otros artistas que actuaron en su escenario. Mucho he sentido después no haber recogido alguno de estos objetos y otros en los tiempos que anduve por allí. Como los chicos y chicas del teatro juvenil de Ourense actuamos en el Losada varias veces, pudimos conocer bien aquel teatro por dentro. Yo lo recorrí a fondo.

El viejo y recordado Losada era un teatro de forma italiana, pero con todos los elementos. Debajo del escenario había un gran foso, lo que permitía usarlo, caso necesario, para subir o bajas efectos o montajes de escena, además de la concha del apuntador y una especie de habitáculos que podían ser usados como camerinos, pero estos propiamente estaban en el lado izquierdo del teatro visto desde el patio de butacas. Eran un museo vivo porque, como digo, sus paredes estaban plagadas de carteles, fotos y otros recuerdos de personajes, aparte de Celia Gámez, como Antonio Machín y otros de aquel tiempo. Celia recordaba perfectamente al Losada y también al café Miño, que solía visitar antes y después de las funciones.

En aquellos años cincuenta y primera mitad de los sesenta, nuestra Ourense, Vigo y otras capitales de Galicia figuraban en el circuito obligado de las grandes compañías de revista, teatro y variedades que, tras los estrenos de Madrid, salían de gira por “provincias”. Muchos años después tuve ocasión de hablar con algunos tramoyistas, carpinteros y maquinistas de algunos teatros por donde pasó. Ya me he referido a la versión que me proporcionó el del Losada, mi admirado amigo Vicente, su tramoyista. Lo recuerdo que siempre andaba con las herramientas de su oficio colgadas de la cintura. Vicente me contaba que la Gámez era muy exigente y briosa, y se lo recordé en la entrevista, pero ella me dijo que lo que le gustaba era que las cosas salieran bien. Era una perfeccionista y un poco sargento con su gente. Invertía mucho en cada espectáculo y quería que todo estuviera a su gusto. Lo cierto es que gastaba una fortuna en cada revista y quería que todo luciera. Presumía mucho de haber conseguido que las señoras fueran al teatro.  El día que la entrevisté me dijo que no le gustaban nada los espectáculos chabacanos de nuestros días y que las vedettes debían mostrar algo, “pero no todo”, que ahí estaba el encanto.

Aquella gran artista sentía pavor a los aviones, así que hacía en barco todos sus viajes de ida y venida a la Argentina. Como lo que a mí me interesaba, ante todo, era entrevistar a la diva, su acompañante (una señora sesentona muy enjoyada, con aspecto de haber vivido a tope y que se confesó íntima de Emilio Romero) me advirtió previamente que me abstuviera de preguntarle nada relacionado con la edad, ni siquiera tangencialmente. Celia vestía un conjunto de pantalón y chaqueta azul con una blusa de seda blanca. Me acuerdo, sobre todo, de un pañuelo rojo anudado al cuello, que le daba un toque característico y guapo. Fue una entrevista amable que se conserva en el Arquivo Sonoro de Galicia, en la que me hablaba de su vida, de los vestuarios de sus revistas que conservaba en Madrid, y del grato recuerdo que guardaba del publico de Vigo, de Ourense, de Galicia en general.  Lástima la suerte del Losada, que hoy sería, en tantas cosas, un museo vivo de esta ciudad en tantos aspectos. ¡Qué pena no haber salvado nada de aquel santuario!

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