Opinión

Detritus (peyorativa mierda)

Una de las pasiones del Viejo Milenario ha sido el viajar; lo ha hecho con su familia, con amigos, con conocidos y oníricamente acompañando a personajes de otros tiempos, compartiendo su entusiasmo por conocer otras culturas, disfrutando de sabores exóticos en pueblos selváticos, extasiado contemplando paisajes fantásticos, observar la flora y la fauna en libertad sin miedo a ser herido y sobre todo disfrutar de la compañía de personas con las que compartir enriquecedoras vivencias. Estos viajeros han transmitido sus experiencias al mundo entero utilizando como medio de expresión la narración escrita. Grandes trotamundos, anónimos aventureros, periodistas de investigación, historiadores, científicos o sencillamente amantes de lo desconocido, han sido compañeros de viaje del Viejo Milenario. Uno de ellos, con quién ha viajado más a gusto, es Vicente Blasco Ibáñez. En su obra: “La vuelta al mundo de un novelista” relata su visita, en el año 1922, a la China recientemente republicana, pero con una importante influencia del viejo imperio del que conservan costumbres ancestrales. No se puede olvidar que el emperador destronado siguió viviendo en la Ciudad Prohibida, gozando del mismo tratamiento: “Señor de los diez mil años “. China era una república pero el pueblo no lo sabía.

Hay un hecho aparentemente singular que llamó poderosamente la atención del ilustre y culto viajero don Vicente: el uso de detritus humanos para abonar los huertos, campos y arbustos (azahar, hibiscos, pitósporo…); el agricultor chino se ríe de los escrúpulos de los occidentales, que viven asqueando sus propios excrementos e incluso maldiciendo su nombre vulgar, la proscrita palabra “mierda”, considerándose una grosería citarla en cualquier conversación. La cultura de muchos países asiáticos no establece comparaciones entre el estiércol de la cuadra que emplea en sus campos y los excrementos humanos, no pudiendo comprender por qué razón los restos de las personas deben ser más repugnantes que los proporcionados por los animales y acaba compadeciéndolos como incoherentes y caprichosos. Como en la vieja China el abono humano es el más apreciado, el producirlo y usarlo no representa algo vergonzoso e inmundo. Por ello todo agricultor se preocupa de instalar en sus campos una letrina cerca del camino para que la use el viajante. Escoge carteles con versos rogando al transeúnte que haga un alto y deje su recuerdo por lo que le queda agradecido.

1953, Limeres (Pontevedra): Lo narrado por Vicente Blasco Ibáñez, le hizo recordar al Viejo Milenario un acontecimiento que había sucedido en su aldea cuando él era niño. Las vecinas de su casa, las llamadas “Carballas”, un buen día se dirigieron a su abuela solicitándole tuviese a bien recoger las orinas de la noche y se las entregase para usarlas como abono por ser uno de los fertilizantes más eficaz, con mejores resultados en la huerta. La abuela no tuvo inconveniente alguno y a partir de aquel día la orina era recogida escrupulosamente por alguna de las tres hermanas agricultoras: Honorata, Carmen o Esclavitud. Los excrementos humanos eran enterrados o abandonados en lugares privados y nadie reclamaba su uso; todo lo contrario sucedía con las boñigas de las vacas, que eran de gran aceptación para abonar las fincas, tapar los agujeros de la era donde se trillaban los cereales, incluso se usaba para cubrir los orificios de los hornos cuando se hacia el pan.

Hay que reconocer la larga historia de China que vestía seda cuando los habitantes del continente europeo vivían en cuevas. No hay por lo tanto que despreciar el uso agrícola de los detritos humanos. En la actualidad, son muchos los países que reciclan la “mierda” humana y la usan en la agricultura y en otras disciplinas incluyendo la sanitaria (ver para creer).

Para entender a China hay que leer a Goethe.

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