Opinión

Solsticio singular

El 15 de enero de 2017, fallecía la pensadora africana Sobonfu Somé natural de Furquina Fasó y miembro de la tribu de los Dagara, etnia a la que dedicó toda su vida  investigando y recuperando los rituales de su pueblo. A esta comprometida mujer se le atribuye la frase: “Cuando no prestamos atención a las pequeñas cosas que suceden a nuestro alrededor, de pronto nos encontramos frente a grandes cataclismos”. El viejo milenario cerró los ojos y repitió, como si de un mantra se tratara, varias veces esa máxima hasta interiorizarla pues la historia está llena de acontecimientos en los que lo individual determina el futuro de lo colectivo.

 Un papel en el suelo, una colilla arrojada a la vía pública, una botella de plástico en una cuneta, un neumático en la `playa, una lata en el riachuelo del pueblo, un electrodoméstico en un terraplén, el uso del vehículo para desplazarse por las calles de la ciudad, la calefacción de carbón, los incendios provocados, la caza exterminadora de vida, la masificación de animales en condiciones inadecuadas, el consumo por el consumo, el crecimiento económico a costa de un planeta exhausto, la compra compulsiva de ropa, la vida sedentaria, la manipulación genética… y un largo etc. Son pequeñas cosas sobre las que  se van cimentando grandes cataclismos. 

El planeta ha dicho ¡Basta! El coronavirus es el enésimo aviso, ¿uno más? ¿Cuántos más hacen falta para que la humanidad sea consciente del  comienzo del fin de la civilización como la concebimos? Somos frágiles y vulnerables. Nuestra dependencia es cada vez mayor, los Gobiernos están desbordados, las vacunas se convierten en la gran esperanza  de cientos de millones de seres angustiados por el miedo a la muerte. Una legión de Parcas se introducen en nuestros domicilios, en el lugar de trabajo, en los centros sanitarios, en los lugares de ocio y esparcimiento; no son culpables solo cumplen su misión.  En la prehistoria el solsticio de invierno suponía el sacrificio de los animales domésticos con el fin de almacenar carne y evitar tener que alimentarlos. Eran tiempos difíciles donde el hambre, la enfermedad, el frio y las alimañas diezmaban a las poblaciones. Pero nuestra especie resistió y dejó la huella de su dominio sobre la naturaleza. Hoy los hijos de los hijos, de los hijos…hasta miles de generaciones, se han convertido en los mayores agresores de Gea y esta ha decidido castigarlos como Yahvé abrasó a Sodoma y Gomorra. 

El anciano milenario se retiró a sus aposentos, aislado de todo contacto humano y permaneció en meditación varias horas. Trató de liberar su espíritu y su cerebro de todo pensamiento o recuerdo que enturbiara su zozobra por la muerte reciente de su amigo Carlos. Pero los fantasmas del pasado irrumpían con fuerza impidiendo su pacto con la nada. Recordó que el 24 de Diciembre de 1920 había nacido su madre, han transcurrido 100 años y nadie perpetúa a aquella mujer enérgica, firme en sus convicciones, absorbente y generosa, digna heredera de su padre, el sabio profesor Manuel Sueiro. Dos calles de la ciudad recuerdan  sus nombres y su dedicación a la enseñanza en el transcurso del siglo XX. Vivieron terribles acontecimientos que marcaron ese convulso y revolucionario siglo; dos guerras mundiales, cientos de conflictos locales, una guerra civil, la lucha por la igualdad  de  derechos de la mujer, la irrupción de las nuevas tecnologías, la conquista del espacio, la llegada de la democracia y ambos sucumbieron a la enfermedad y al dolor. El viejo notó que su cuerpo liberaba a su espíritu y este le recordaba los cientos de amigos, compañeros, vecinos y camaradas que había iniciado el camino hacia el cosmos, en una integración eterna y generadora de nuevas vidas. 

Pero, a pesar de todo, la vida sigue. El mono desnudo seguirá conmemorando los solsticios y el Planeta Tierra perdonará a sus hijos predilectos. Y quizás el ser humano aprenderá la lección, de no ser así el gran cataclismo será inevitable.

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