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EL ÁLAMO
Estar en forma no es difícil. El problema es en forma de qué. No es lo mismo tener aspecto de espárrago triguero que portar cuerpo berenjenoide, ni cruzar la calle como si fueras dentro de un globo aerostático que tener que ponerse piedras en los bolsillos para no salir volando cuando hay alerta amarilla por fuertes rachas de viento. A veces exageramos el drama de la báscula. Benjamin Franklin, Winston Churchill, o G. K. Chesterton abrazaron la gloria y la posteridad a pesar de sí mismos, que en este caso era muchísimo. Incluso se dice que Gengis Kan era un tonel, y es conocida la anécdota, apócrifa o no, de que a Aristóteles tuvieron que cortarle un trozo de su mesa de trabajo para que pudiera caberle la barriga. Y el muy cabrón aún tuvo la cara de decir: “El aire es tu alimento y tu medicamento”. Quizá la cita nos ha llegado mutilada y falta “pero el no el mío”.
Me asaltan estos días por todas partes anuncios de profesores de fitness y dietas milagro. No sé cómo interpretarlo. La publicidad de planes de entrenamiento en redes sociales cada vez es más agresiva. Te sale un tipo sesentón con músculos improcedentes y en calzconcillos en primer plano, y te dice “yo tenía un cuerpo de mierda como tú”, o “si tu propósito es tener que comprar dos billetes cada vez que viajes en tren, vas por buen camino”, o “¿quieres saber por qué las chicas te escupen al pasar?”. Que más que hacer clic te dan ganas de darle cabezazo al tío y decirle después “y esto sin tu plan de entrenamiento, hormonado pulgoso”.
Es fácil jugar con las emociones de la gordura. Llega el tiempo de pasear palmito por arenales y los seres humanos se dividen en dos: los que quieren que los miren, y los que quieren que no los miren.
Aunque mis anuncios favoritos en Instagram son los de las dietas. “Yo también había probado todo para adelgazar. La dieta de la piña, la del pepino, la de la ortiga viuda… Pero por fin he encontrado un plan que me ha cambiado la vida”, dice una voz en off mientras te ponen en las narices imágenes de gordos deprimidos pellizcándose las lorzas de la felicidad. Y tu haces clic repleto de alegría pensando que se trata de alguna milagrosa pócima secreta, y se te aparece un tipo escuálido, con piel de clara anomalía hepática, y con cara de bombilla de 200 vatios, forzando la sonrisa y desvelando su misteriosa fórmula mágica: el ayuno. Cielos, año 2025 y hay cientos de iluminados del fitness y la nutrición amateur presentando como novedad lo que inventó Moisés en el Sinaí hace más de 3.400 años sin tener ni puñetera idea de nutricionismo. Que yo ya entro en las redes con temor a que en el próximo anuncio otro profeta de la posmodernidad descubra el fuego, que es ese fenómeno descubierto por Bomba Estéreo para el anuncio de La Liga.
Es fácil jugar con las emociones de la gordura. Llega el tiempo de pasear palmito por arenales y los seres humanos se dividen en dos: los que quieren que los miren, y los que quieren que no los miren. Todos buscan una dieta milagro. Los primeros para ligar con otra mujer que habrá hecho lo mismo –pasar hambre- unas semanas atrás, y los segundos para no llamar la atención, y que no aparezca el Seprona a ponerles grilletes cada vez que se bañan, porque los socorristas han dado la alerta de cachalote varado.
Para evitar, la escena del cachalote, este año he sido el primero en apuntarme al gimnasio de mi calle. No pienso ir, pero nada adelgaza más que ver mes tras mes cómo te pasan la cuota inútilmente. Ese cargo mensual presiona una glándula perdida en el cerebro, que es la que se encarga de impulsar o controlar las tres “re” más peligrosas: redesayuno, recomida, y recena. Por suerte, recopa no entra en la ecuación.
Por último, la gordura o delgadez tiene también un componente social. Con permiso del Ministerio de cuerpos no normativos, desde el inicio de los tiempos, hombres y mujeres no llevamos igual el asunto de los kilos de más. Es posible que el patrón cultural anti obesidad y se esté difuminando entre los sexos, pero todavía sigue siendo más fácil recibir una paliza si dices que alguien ha ganado peso, si ese alguien es chica que si es chico. De todos modos, yo también aborrezco a esa gente que necesita estar continuamente pesándote con la mirada. Sea como sea, para evitar malos ratos, hace años que sigo a rajatabla el célebre consejo del sabio Dave Barry: “Nunca debes decirle a una mujer nada que sugiera, ni siquiera remotamente, que crees que está embarazada, a menos que puedas ver un bebé real saliendo de ella en ese momento”.
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