Arturo Maneiro
PUNTADAS CON HILO
El Prestige del Gobierno sanchista
Al final de todo es la mentira la que dictamina los incidentes.
La mentira en los ojos correctos.
A Montse la delató su obsesión por Javier Herrero. Javier Herrero era el rubio de Los Pecos, y digo era porque ahora Javier ya no es rubio, pero sigue siendo peco.
Montse cursaba 2º de B.U.P, lo que después llamarían 4º de la E.S.O.
Los medios de comunicación, que tan solo eran tres, anunciaban la llegada de Los Pecos al aeropuerto de El Prat como invitación involuntaria a una reunión de fans con número imposible de calcular que, además, coincidía con la hora de Educación Física.
Asignatura inútil sin valor venidero.
No se lo pensó mucho Montse, en los 70 las cosas eran muy parecidas a como son ahora pero sin la necesidad de desactivar el check azul, y le confió a su hermana, cómplice, la decisión de saltarse las clases para ver de cerca a Javier.
La mentira en los ojos correctos.
Llegó en autobús. Los aeropuertos tienen la manía de vivir siempre a desmano.
El ruido ensordecedor y el olor adolescente a empanada no fue obstáculo, y colérica se abrió camino a tirones y golpes entre la multitud tal y como dice la canción: cabeza, rodilla, muslos y caderas, y los gritos ya no distinguían dolor o exaltación.
Al fondo, desde el avión, los hermanos Herrero saludaban complacientes agitando las manos.
Saltó Montse la valla de seguridad con una acrobacia olímpica y sorteó a todas y cada una de las personas de seguridad con una pericia extraordinaria para colgarse del cuello de Javier.
Se dio cuenta ella entre todos sus ‘te quieros’ que había perdido una sandalia.
Sin rastro de carrozas anaranjadas la sacaron de allí.
La Cenicienta descerrajada.
Pasó por el colegio para calzarse las deportivas de su hermana en un intento de no levantar sospechas y llegar a casa agarrada a la ignorancia social del suceso, era casi improbable que nadie de su familia fuese conocedora de la escapada.
Aquella noche Montse soñó con el silencio llorando cada atardecer.
Amaneció más tarde de lo normal, con la sensación incómoda que producen los días apáticos después de un triunfo parcial. Sobre la mesa solo tristeza: leche, galletas y un zumo que es probable ya hubiese perdido todas la vitaminas. Su padre suspiró al entrar por la puerta mientras la madre esperaba con la mano apretando su propio labio inferior y, casi sin tomar asiento, lanzó envilecido el periódico encima de la mesa.
La portada anunciaba ‘Recibimiento multitudinario a Los Pecos en Barcelona’. La foto desvelaba el abrazo furioso de Montse a Javier.
La cocina se volvió silencio.
Como las Burgas sin agua. Como Oira sin gente.
Como la mentira en los ojos incorrectos.
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